PENTECOSTÉS
Los Amigos de Jesús estaban acobardados y desasosegados pese a las numerosas pruebas de que estaba vivo. Buscaban la seguridad apoyándose unos a otros. Sentirse comunidad era, entonces como hoy, saberse protegidos y seguros.
Así reunidos, los inundó el Espíritu, paradojamente el “gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte y que resonó por toda la casa » los apaciguó y sintieron desvanecidos sus miedos consumidos por las “llamaradas de fuego”.
Descubrieron que no hay fronteras entre los hombres, todos iguales con la misma dignidad. El Espíritu llega a para todos persas medos partos y elamitas… en la casa de Jesús todos tenemos nuestra habitación y es preciso que el mundo entero lo sepa y lo vamos a gritar pareciendo borrachos desde la mañana, pero es la manifestación del espíritu que nos enfervoriza y exulta todos nos entenderán porque nuestro lenguaje ha resultado universal. No hay confusión de lenguas todos reconocemos el amor, el gozo, la fraternidad cuando están animados por el Espíritu. Ellos son testigos, ellos muestran que estamos vivos porque la Vida vive, ha resucitado y está y estará con nosotros todos los días.
Así nace la iglesia una iglesia tan querida y tan vilipendiada. Querida por quienes vemos en ella el cuerpo de esa cabeza que es Cristo, vilipendiada por quienes sólo ven el lastre, la debilidad, el pecado.
Pentecostés, ésta es la fuerza que nos pone en pie. Somos IGLESIA.
Empieza una etapa nueva, la nuestra. Hoy comienza nuestra tarea.