En plena Navidad aparcamos el tema de pastorcitos, ángeles y reyes. Olvidamos el establo con la mula y el buey y nos ponemos graves y serios.
El Evangelista Juan pone sobre el tapete algo que va más allá incluso que la metafísica: «A Dios nadie lo ha visto jamás, solamente el Hijo nos lo ha dado a conocer».
¿Quién es ese Hijo? Los términos y la argumentación nos resultan crípticos.
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Este era en el principio con Dios».
Un lenguaje que suena bien pero que no entendemos y nos traslada a misterios inefables y arcanos.
El punto clave para la comprensión lo encuentro en el decir de Heidegger, pero que cito de memoria, por lo que el entrecomillado puede no ser del todo literal:
«El hablar de Dios que no proviene del silencio ni conduce al silencio, no puede ser auténtico»
Juan sí sabía lo que decía pues lo bebió y lo escuchó de buena fuente. Somos nosotros, tú y yo, quienes tenemos que sumirnos en el silencio contemplativo antes y después de abordar esta lectura y antes de hablar a otros de ella.
Hace unos días escuché unos comentarios jocosos y hasta sarcásticos sobre las cosas que los creyentes decimos. Me hizo daño en el sentido de comprobar cómo cosas que sentimos sagradas, son objeto de burla. Hay una falta de comunicación, de buena comunicación. Muchas veces nos expresamos de manera infantil o banal. Quizá nos falta formación o nos sobra superficialidad. No es preciso empollar densas, pesadas y difíciles teologías, pero sí necesitamos guardar silencio y ahondar en nuestro interior. Con la oración llenaremos nuestro corazón y nos resultará imposible cumplir el aforismo de Wittgenstein, otro pensador más pragmático:
“De lo que no se puede hablar es mejor callar”
Y no lo podremos cumplir porque la boca habla de aquello que rebosan nuestras entrañas. Hablaremos de Dios y hablaremos mal. Es decir, balbucearemos o tartamudearemos. Dios es inefable, pero si lo llevas dentro lo tienes que decir.
Seguramente el lenguaje sólo será válido para mí, si alguien me escucha, no lo entenderá porque su idioma es otro. Diferimos en nuestro decir sobre Dios. Afortunadamente hay algo que nos aúna:
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”
Es una invitación a bajar de los cielos y buscar al que acampó entre nosotros. Y con Él, sí podemos escuchar, entender y hablar sobre el Inefable. Y escucharemos, entenderemos y hablaremos de manera coherente y entendible. Es aquello de «si no me creéis a Mí, creed a mis obras» Nuestras obras siempre serán deficientes, pero si mostramos intención y atisbos de bondad, sinceridad, generosidad y amor, nuestro lenguaje resultará como el materno para quien nos escuche.
Sor Áurea Sanjuán, op