Si hubieras estado aquí… Es el reproche de Marta a Jesús.
Si estuvieras aquí… ¿No es también nuestro reproche? ¿No hemos escuchado con alguna frecuencia esta queja contra Dios? ¿No sentimos nosotros mismos cierta perplejidad cuando constatamos el mal que nos rodea y lo contrastamos con la bondad y el poder de Dios?
Es el eterno debate, si Dios puede vencer o evitar nuestros males ¿por qué no lo hace? ¿Es que es un Dios malo? y si no puede ¿es que es débil? Sí, nuestro Dios es un Dios débil con la debilidad de la ternura, la bondad y el amor. Lo vemos en Jesús que solloza y llora cuando se entera de que Lázaro su amigo ha muerto.
Marta es una mujer práctica, amiga de Jesús, pero no le van los subterfugios y sin ambages recibe al Maestro con un rotundo: «Señor si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto». Un reproche que a la vez contiene una dosis fuerte de fe, de adhesión, convencimiento y seguridad en la bondad sanadora de Jesús.
Cuando el dolor, la enfermedad, los problemas, la muerte de un ser querido nos aflige, cuando nos horroriza el sufrimiento que vemos a nuestro alrededor también nosotros podemos repetir y sentir con Marta y María: “si estuvieses aquí…” y con el salmista reclamar “¿Dónde está nuestro Dios?”.
Nuestro reproche lleva implícito un cierto reconocimiento de su existencia, un reclamo a su bondad y una confianza plena en su poder, por eso nuestro lamento, nuestra interpelación, nuestra queja, incluso nuestra rebeldía es escuchada con la benevolencia de un Dios que sabemos que está aquí, en medio de nosotros, en este quejumbroso mundo dañado en todos sus costados por todo tipo de crisis.
El mal, la desgracia, no viene de parte de Dios. El Dios de Jesús es Dios de vida y no quiere la muerte de los suyos. Es un Dios tardo a la ira y rico en misericordia y no manda castigos a sus hijos. Es el padre providente que cuida de las flores del campo de los pajaritos del bosque, ¡Cuánto más cuidará de nosotros que valemos mucho más que ellos! Es el Dios que escribe recto sobre nuestros renglones torcidos, es Jesús que convierte nuestras tragedias y nuestros duelos en luz y vida. Lázaro ha muerto y Jesús llora y sus lágrimas se resuelven en vida. Lázaro vive.
Si en la causa de esto que nos ocurre, hay culpables, no los encontraremos más allá de nuestros confines. Son las leyes naturales que siguen su curso o es el mal uso de la libertad con la que el Creador nos dotó. Una libertad que respeta y a la vez acompaña y sosteniendo nuestra debilidad.
Jesús está aquí, en nuestra congoja y sollozos, con Él nuestros duelos resultan ser resurrección y vida.
Sor Áurea, op
Monasterio Nuestra Sra. de la Consolación – Xátiva (Valencia)