Pondríamos la mano en el fuego. De Jesús no pudieron salir ni la actitud ni las frases vejatorias hacia aquella intrépida mujer que sólo imploraba salud para su hija.

“No está bien echar la comida de los hijos a los perros” respuesta que nos recuerda aquel desplante a su propia madre: “mujer ¿qué nos va a ti y a mí?”. Aunque finalmente la muchacha rebosó salud y el vino alegró la fiesta de los novios.

Y es que no podemos ver en Jesús el más mínimo asomo de una actitud plenamente humana. ¿No será que nos queda algún residuo de docetismo?

Jesús verdadero hombre y no mera apariencia, es también verdadero judío y no pueden escandalizarnos reacciones propias de un buen y fiel israelita. Pertenecer al pueblo elegido conlleva un cierto sentimiento de superioridad frente a los grupos de los no escogidos. Pero Jesús no se queda ahí, el que “no hizo alarde de su categoría de Dios” tampoco lo hace de su posición privilegiada en cuanto hombre.

Superando los prejuicios nacionalistas sale hacia esas tierras, Siro y Sidón, que sus compatriotas menosprecian y evitan. Para él no hay espacio ni territorio vetados. Sabe que no siempre ni solamente de los mejores sale lo mejor. En cualquier parte surgen los verdaderos hijos de Abraham como esta cananea a quien al parecer había que negar el agua y la sal y que mereció ser ensalzada por su fe; una fe imposible entre los paganos; una fe por encima de la fe de los elegidos: “mujer qué grande es tu fe”.

El breve fragmento de hoy nos invita a buscar, reconocer y aceptar el bien, lo bueno, allí y donde se encuentre sin hacer ascos ni desechar de antemano, sin prejuicios ni menosprecios. De lo contrario podríamos encontrarnos con la misma sorpresa de aquellos que exclamaron: “Puede salir algo bueno de Nazaret”.

 

Áurea Sanjuán Miró Op.    

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