La opinión de los demás incide en nuestro estado de ánimo. Aunque tenemos diferentes niveles de sensibilidad respecto a la opinión ajena, el “qué dirán” nos afecta. Solemos afirmar que nos tiene sin cuidado lo que digan o piensen de nosotros, pero esa afirmación es más un deseo que una realidad. Si percibo que sobre mí y sobre lo mío hay una buena opinión, me satisface y estimula, por el contrario, si es negativa, me deprime o enfada. No en vano ya desde antiguo la opinión pública resulta una de las más eficaces armas de coerción que hace que los individuos nos sometamos a las leyes o convenciones sociales.
En el fragmento de hoy surge este tema referido a nuestro Maestro: ¿Qué dicen de mí?” “¿Qué decís vosotros?”
Es obvio que la cuestión no sale tal cual de Jesús sino de las primeras comunidades cristinas interesadas en conocer más profundamente a ese galileo al que siguen, conocer a esa institución naciente, la Iglesia, de la que forman parte, en conocer la repercusión que tiene puertas afuera.
En este mismo sentido nos la debemos plantear hoy.
¿Qué dice la gente, la sociedad, la cultura, la historia de ese Jesús vivo en nuestras instituciones, en la Iglesia, en nuestras comunidades religiosas o de laicos? ¿Qué dicen de los cristianos y en nuestro caso, de los católicos?
La respuesta pasa por un referente y ese referente somos nosotros. La gente, “los de fuera”, conocen lo que mostramos “los de dentro”.
Ahí está la cuestión que nos debemos plantear a nivel institucional pero también personal. ¿qué piensan, qué dicen «desde fuera» de nosotros?
Cuando sale a colación la palabra “cristiano” y más concretamente “católico” ¿qué aparece en el imaginario social?
Pero la cuestión no puede quedar ni en alegría si la imagen es buena ni en lamento si es mala; es preciso profundizar y es preciso implicarse.
¿Qué digo o qué muestro yo?
No hablamos solamente con palabras que al fin «se las lleva el viento» sino con todo nuestro ser. Nuestra manera de vivir, de actuar, de relacionarnos, lo queramos o no, está diciendo la importancia que para nosotros tiene la figura de Jesús, lo asimilado que tenemos su mensaje.
«Los de fuera» hablan y opinan según lo que perciben de «los de dentro».
Somos, quizá a nuestro pesar, «influencer» en este tema. No es extraño, al menos no lo era tiempos atrás, la expresión, para bien o para mal: «va a Misa» «es de comunión diaria». Es en nuestro rostro donde otros ven el de la Iglesia, el de Jesús.
¿Qué digo yo, qué Jesús muestro? ¿Qué Iglesia manifiesto? Nosotros decimos se alimenta lo que dicen los otros. Aquí si nos importa «el qué dirán» pues en ello es mucha nuestra responsabilidad.
Sor Aurea Sanjuán Miró, op.