Un hombre que se iba al extranjero encargó a sus empleados cuidar de sus bienes entregando a cada uno de ellos y según su capacidad, una parte de su dinero para que lo custodiará hasta su regreso.
Lo primero que nos viene a la mente es esa clasificación que hacemos de las personas en más o menos inteligentes o en más o menos tontas. Cada una tiene su capacidad.
A mi entender la parábola no va por ahí. Ciertamente debemos responder de las diversas cualidades que nos caracterizan, pero no son ellas lo importante. No es el talento que me han regalado sino el talante con que lo acojo y lo cuido y sobre todo el empeño en buscar, descubrir y manifestar ese tesoro escondido en mi corazón. Porque lo que encontramos en el relato de hoy es que, si a uno entregó diez talentos, a otro dos y a otro uno; a los tres entregó una inmensa fortuna. Porque un solo talento equivalía a 6.000 denarios que traducidos en jornales suponían 16 años de trabajo para un jornalero y traducido en valor de riqueza cada talento representaba más de treinta y cinco kilos de plata.
No vale comparar, todos hemos recibido cantidades por encima de nuestras posibilidades de gestión. Lo que vale es nuestra actitud y disponibilidad ante ellas. ¿Me interesa la multiplicación de los talentos en favor del Reino? o ¿prefiero replegarme en mi comodidad y egoísmo por miedo a correr riesgos? “Lo escondí para no perderlo” «Tuve miedo de ti».
Se nos han dado cinco, dos o uno, pero a todos, un tesoro que no debe quedar escondido. Es el tesoro de nuestro propio ser. Un ser que mantenemos oculto y del que sólo mostramos máscaras. Nos da miedo bucear en nuestro propio interior porque nos asustan esas capas intermedias en las que aparecen sombras que no nos gustan pero que en realidad no son nuestra propia identidad, aunque justamente es la que sale a flote y manifestamos al exterior.
¡No tengamos miedo! No enterremos nuestro tesoro.
Escondido, quedará inerte y sin fructificar. Hay que rascar, profundizar y atravesar todo lo que se interpone entre lo que soy y manifiesto. Lo que soy es mucho más hermoso que lo que muestro. Lo que soy es mi ser salido de las manos de Dios, soy su imagen. Lo que de mí salta a la vista son precisamente esas oscuridades que afean nuestro semblante, antifaces que pretenden simular rostros que no son el nuestro. Lamento no haber recibido los cinco talentos que percibo en mi compañero y queriendo ser como él pierdo el mío.
Y todo esto que vale para la propia introspección, para el propio conocimiento interior, vale cuando dirijo la mirada hacia el vecino, también en él lo que es, es mucho más hermoso que lo que muestra.
Lo que es, es su ser salido de las manos de Dios, es su imagen. Lo que de él salta a la vista y me molesta, incluso me hiere, son precisamente esas oscuridades que afean su semblante, un antifaz que pretende simular un rostro que no es el suyo. Lamenta no haber recibido los cinco talentos que percibe en su compañero y queriendo ser como él perdió el suyo.
No es un error, es una copia y pego cambiando el pronombre. Lo que vale para mí, vale para el otro. Lo que me excusa a mí, excusa al otro. Ya lo dice la regla de oro recogida en el evangelio: «trata como quieres ser tratado». Comprende cómo quieres ser comprendido, ama como quieres ser amado.
Un hombre tuvo que marchar al extranjero y antes de partir, queriendo poner a salvo su fortuna la repartió, para su custodia, entre sus empleados. No importa la proporción que entregó a cada uno. Lo importante es que el tesoro quede a salvo, salga a la luz y se expanda. Ese tesoro es el que llevamos cada uno en nuestro propio corazón, es el Reino que no tenemos que buscar fuera «porque dentro de vosotros está» dice Jesús.
Es preciso cambiar el «chip». No contabilicemos ni comparemos cualidades. Cada cual tiene su propia riqueza que es inmensa. No podemos dilapidar ni esconderla, la hemos recibido y no es nuestra. Si ponemos en común los talentos que se nos han dado, todos ellos producirán el ciento por uno.
No tengamos miedo. Nuestro Amo no es como el de la parábola «que siega donde no ha sembrado y recoge donde no ha esparcido». A su vuelta descubriremos que ha sembrado y ha esparcido para que, pobres acobardados, podamos segar donde no hemos sembrado y recoger donde no hemos esparcido.
Sor Áurea Sanjuan Miró, OP