Jesús camino hacia Jerusalén, donde será traicionado y ejecutado, toma aliento en la oración. Ha buscado la compañía reconfortante de los amigos, pero Pedro, Santiago y Juan se caen de sueño. Han acompañado al Maestro a lo alto de la montaña. Están cansados. Se han sentido los predilectos, escogidos de entre los demás compañeros, pero esto no es suficiente para espabilarlos. Han sido seleccionados, pero no acaban de saber para qué, solo cuando sacuden su modorra perciben la realidad y reaccionan «¡qué bien se está aquí!». Pero Jesús no les deja más que este pequeño respiro. Hay que bajar. Hay que salir de la nube, hay que pisar el suelo, hay que caminar.
Es lo que hace su Maestro al que acaban de ver confirmado en su calidad de Hijo de Dios. Han de seguir a Jesús y han de guardar en lo profundo del ser lo que han presenciado. Esa experiencia de Dios ha de permanecer en lo secreto de su corazón.
Jesús se les ha manifestado como Dios, pero va a sufrir como hombre. Es el camino que ellos mismos van a recorrer. Han recibido un imperativo: ¡¡escuchadlo!!». Es a Jesús, solo a Jesús, a quien han de escuchar. Ni la Ley (Moisés) ni los profetas. Sólo Jesús tiene palabras de Vida. Pedro, Santiago y Juan siguen aturdidos. Dentro de poco, cuando Jesús los vuelva a llevar consigo, al huerto, a orar, con Él, volverán a dormir.
Amodorrados, apáticos, miedosos o desinteresados el seguimiento de Jesús puede resultar una opción decepcionante y es motivadora.
Podemos llamarnos seguidores de Jesús, pero sin escuchar ni entender su Palabra. Podemos quedarnos en la seguridad que da el cumplimiento de la ley y la admiración y el disfrute de los preciosos textos proféticos y quedarnos sin comprender el auténtico mensaje.
Pedro, Santiago y Juan han experimentado lo bien que se está en el Tabor cubiertos por la nube. Acompañados por Moisés y Elías, escuchando la voz del Cielo y contemplando el rostro radiante de Jesús. Pero sólo por un instante, no era cuestión de construir tiendas. Había que bajar. Moisés y Elías ya no estaban, el Padre Dios había callado, «se encontró Jesús solo».
Se escuchaban los ecos de la reciente conversación, sonaban tambores de muerte, Jesús iba a ser traicionado y ejecutado.
Sor Áurea Sanjuán Miró, OP