A VUELTAS CON EL AMOR
(Juan 15, 9-17)
Seguimos con el testamento de Jesús, se está despidiendo de sus amigos, el ambiente no puede ser más confidencial, más íntimo. El Corazón de Jesús se desborda, su emoción alcanza cotas insospechadas. ¡Dios tiene corazón! ¡Dios es amor! ¿Has conocido el amor? ¿Te has enamorado alguna vez? Entonces conoces a Dios, porque Dios es amor, pero hay que salvar las diferencias. A menudo nuestros amores son efímeros, el de Dios es eterno. Nuestros amores son vulnerables y fácilmente se dañan y menoscaban ante cualquier atisbo de contradicción o de infidelidad, el de nuestro Dios es fiel hasta la muerte y siempre perdona y ama sin cesar y una diferencia fundamental, Dios no es alguien que ama, Dios es Amor.
A menudo confundimos el amor con esa efervescencia emocional, adolescente o adulta que llamamos “enamoramiento” y que tantas veces induce a errores traumáticos o a comportamiento equívoco. Sin negarlo en ese sentimiento y situación emotiva, amor es eso que queda seguro, firme y persistente después de la ebullición inicial.
Dios es amor y ese amor se vuelca sobre y hacia nosotros, la iniciativa es suya. “El amor es de él”, nos dice el evangelista Juan, así como también: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo el que os he elegido”. De modo que nuestro amor es una respuesta al suyo. Hemos sido llamados, hemos sido elegidos y eso ha de provocar una reacción nacida desde el fondo de nuestro ser. Todos hemos sido llamados, todos hemos sido elegidos, todos debemos responder y con nuestra respuesta haremos que nuestro mundo sea mejor, porque este amor ha de ser puro, es decir, sin egoísmo, es el amor que denominamos “ágape”, es el amor de Jesús que se entrega hasta dar la vida. Es el amor sin mezcla alguna de interés personal, el amor del que sólo Dios es capaz, y ese amor que no es simple amistad, que no es simple atracción, que es don total, es el que se nos pide. Algo que nos parece imposible, pero basta con permanecer unidos a la Vid, alimentarnos de su savia y sin darnos cuenta amaremos con el mismo amor de Dios. Daremos nuestro tiempo, nuestro ser, nuestra vida a quien nos necesite. Dios ama en nosotros y porque desde nosotros brota ese amor que es Dios, se hace posible nuestro don. Descubrir esa realidad y vivirla, es nuestra principal tarea. Realizarla, es gozar de una alegría llevada a la plenitud.
Sor Áurea Sanjuán, OP