Las oraciones que nos propone la liturgia de este día nos hacen caer en la cuenta que hemos recibido de Dios el gran regalo de la protección de María sobre toda nuestra familia dominicana. Lo que surge ante semejante don es un profundo agradecimiento y una gran confianza en la poderosa intercesión de la Virgen, Madre de los predicadores.
Por medio de las oraciones antes citadas, le pedimos a María: paz, prosperidad, que ella sea la que nos presente ante su Hijo en la hora de la muerte y nos ayude a llegar a la Gloria.
Cuando pedimos paz lo hacemos para el interior de nosotros mismos. Suplicamos que nuestra mente y corazón, nuestras apetencias, estén dirigidas hacia Jesucristo, estén ordenadas por su verdad y por su amor. Que en nosotros haya cada vez menos rincones desordenados y sucios, que todo lo nuestro se deje embellecer por la luz de la verdad que es Jesucristo; se deje seducir por su amor; que Él pueda habitar en nosotros y sentirse como en su casa, porque en definitiva la paz es fruto de su presencia en nosotros. También pedimos paz para cada una de nuestras comunidades, esa paz que nos permite respetarnos en nuestras diferencias, perdonarnos hasta siete veces siete, mostrarnos tal como somos porque nos sentimos aceptados y ayudados por los hermanos en el camino de nuestra vocación.
Cuando pedimos prosperidad, estamos implorando que el Espíritu Santo haga fecunda nuestra misión de predicar el Evangelio para que el Verbo se haga carne en la vida de los que entren en contacto con cada uno de nosotros.
Cuando pedimos que ella nos ayude en el momento de nuestra muerte y nos presente a Jesucristo, recordamos especialmente a nuestros hermanos enfermos, ancianos, a los que están solos y abatidos; porque todas estas circunstancias son momentos de muerte en la vida de un fraile, de una monja, de una hermana de vida apostólica o de un laico dominico. Pedimos que María se haga presente como en Caná, y les alcance de su Hijo, lo que necesitan para transformar esa circunstancia en ocasión de crecimiento y de mayor unión con Dios.
Paz, prosperidad, confianza en el momento de la muerte que es la antesala de la Gloria; tres peticiones que les invito a elevar unos por otros para que Ella, las deposite en el corazón de Cristo y Él derrame sobre nuestra Orden la abundancia de su Espíritu.
Sor Mª Luisa Navarro, OP