La rutina que nos mata
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”
Si nos situásemos entre aquel auditorio ¿cuál sería nuestra reacción al escuchar estas palabras? Seguramente las tomaríamos como metáfora a la que intentaríamos sacar su significado o muy probablemente la desecharíamos como expresión carente de contenido y seguiríamos con nuestros distraídos devaneos. Pero los oyentes de Jesús parece que las entendieron literalmente y las tomaron en serio.
“Decían los judíos entre sí:
—«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?».
—«Os aseguro que si no me coméis no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna.”
Un judío del tiempo de Jesús no podía escuchar estas palabras sin escandalizarse. Hablar de carne referida al cuerpo humano era hablar de la persona entera, hablar de sangre era hablar de vida. Lo que entendido de una manera burda resultaba inaceptable. ¿Cómo lo entendemos nosotros?
Desde que Jesús pronunció estas palabras han pasado siglos y con ellos épocas, culturas con los consiguientes cambios de paradigma y como el tiempo todo lo normaliza debemos cuidar muy mucho de no minimizarlas.
Al leer este evangelio solemos referir a la Eucaristía, por ello deberíamos preguntarnos cómo es nuestra participación en ella, a menudo trivializada por el efecto de la rutina que daña a lo que resulta asiduo o frecuente.
¿Somos conscientes de que el Pan que recibimos es un Pan partido y repartido? Un detalle que puede pasar desapercibido pero que tiene la importancia de ser un reclamo y una exigencia, no puedo creerme que soy seguidor de Jesús si no me parto y reparto como hizo Él y nos encargó repetir: “Haced esto en memoria mía”. Ante este imperativo del Maestro solemos quedarnos con la parte que corresponde al sacerdote, él es quien debe obedecer y “decir misa”, otra expresión con la que sin darnos cuenta banalizamos el Sacramento. Es preciso advertir en este mandato la parte que nos atañe a quienes nos decimos discípulos del maestro Jesús.
Participar en la Eucaristía ha de tener la consecuencia concreta de asimilar a Jesús, es decir, su energía, sus sentimientos y su Vida. Aquí nos damos cuenta, los judíos, anclados en lo literal y prisioneros de su Ley que les prohibía comer o beber sangre, abandonaron la escucha y el seguimiento. Nosotros lo abandonamos, sin reconocerlo, por dejadez o superficial. La rutina, que en tantas cosas nos ayuda, aquí nos mata.
Sor Áurea Sanjuan Miró, OP