“Tú has creado mis entrañas,

Me has tejido en el seno materno.

Te doy gracias porque me has escogido portentosamente,

porque son admirables tus obras” sal 138.

Esta estrofa del salmo responsorial que se proclama en la eucaristía de este día, en que celebramos el santísimo nombre de la virgen María, nos puede ayudar a adentrarnos en el misterio que encierra su persona. Ella como todos fue pensada y amada antes de la creación del mundo para ser santa e irreprochable ante Dios por el amor.  Ella fue elegida portentosamente más que ninguna otra criatura humana porque fue creada sin pecado original para que, si daba su consentimiento, llegara a ser la madre del Hijo de Dios.

Hay un solo nombre dado a los hombres por el cual podemos salvarnos, el nombre de Jesús, nombre sobre todo nombre, ante el que se dobla la rodilla en el cielo en la tierra y en el abismo; asociado íntimamente a este nombre salvífico está el de su madre, que la providencia ha querido que fuera el nombre de la nueva Eva, la madre de todos los vivientes: María.

Festejamos el dulce nombre de la que es “vida, dulzura y esperanza nuestra”; y podemos preguntarnos cómo entender esta dulzura de María. Traigo a colación un texto del antiguo testamento del libro del éxodo; cuando los israelitas después de haber vivido el portentoso hecho de la liberación de Egipto entran en el desierto, sienten sed. Es entonces cuando encuentran agua, al probarla se dan cuenta que es amarga y, por lo tanto, no pueden beberla. Olvidándose del Dios Todopoderoso que los acompaña y los ha liberado, se quejan. Dios, paciente y misericordioso, le dice a Moisés que tome un leño y lo arroje en el agua amarga y el contacto de ese leño con el agua la transforma, la vuelve dulce, bebible, capaz de apagar la sed en el desierto.

Lo que hace dulce el nombre de María es estar íntimamente unida a la obra de redención de su Hijo. Unida porque lo acogió en sus entrañas, lo dio a luz, lo amamantó y lo crió. Porque lo siguió hasta la cruz y de él recibió el don de la maternidad espiritual de cada ser humano.

El nombre de María es dulce porque al haber sido elegida para ser madre de la cabeza, lo es también del cuerpo, de cada uno de los que estamos llamados a ser miembros del cuerpo místico de Cristo.

El nombre de María es dulce porque es madre que da a luz acompaña y hace crecer. María fue dulcificada por el Hijo que se encarnó en ella y ensanchó su corazón para que quepamos todos los que Él va creando en la larga historia de la humanidad.

Sor María Luisa Navarro, OP

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