Es mi vida quien responde
Hoy se nos presenta una escena con encanto.
Jesús pasea, va de camino, con sus amigos. La conversación parece distendida, pero a la vez profunda y confidencial.
Jesús sondea a sus seguidores:
¿Qué se dice por ahí de mí? ¿Quién dice la gente que soy yo?
Lo que se dice de Jesús es variopinto. Cada uno tiene su idea, su representación, su imagen de Dios.
Jesús insiste. ¿Quién decís vosotros, mis amigos, que soy yo?
Y esa pregunta atraviesa los espacios y los siglos. Esa cuestión llega hasta hoy, hasta los que estamos aquí reunidos en su nombre.
-Vosotros, los cristianos ¿quién decís que soy yo?
¿Qué respondemos?
También nosotros, cada uno, tenemos una idea, una representación, una imagen de Dios. También nuestra respuesta será variada y diversa, aunque con un nexo común. Al igual que Pedro responderemos al unísono: “Tu eres el Cristo, el hijo de Dios vivo.”
Pero si percibimos el carácter más personal, más intimista del planteamiento la cuestión resultará:
– ¿Quién dices tú que soy yo?
Interpelados personalmente, cada uno responderemos a nuestra manera:
“Jesús es el primero en mi vida”. “Jesús es mi fortaleza, mi modelo”. “Jesús es el hijo de Dios”. “Jesús es mi maestro, mi amigo…” etc.
Pero no valen las respuestas estereotipas o rutinarias. No valen las palabras tomadas de un lugar común, no valen los tópicos.
Jesús, ciertamente, lo es todo para cada uno de los que queremos seguirle, pero no lo podemos decir de modo convincente con sólo palabras. El lenguaje es importante, fundamental para la comunicación, pero el que utilizamos para transmitir la fe, con frecuencia está bastante devaluado. No es la lengua la que puede responder, no son las palabras las que expresan lo que significa Jesús para mí.
Mis actitudes, mis acciones, mi comportamiento, mis sentimientos son los que dicen quién y qué es Jesús para mí.
Si guardo rencor, si no comprendo y no perdono, si me desentiendo de los demás, si no hago el bien, si no derrocho bondad, mis palabras no serán creíbles.
Sor Áurea Sanjuán, OP