Comentario al Evangelio del Domingo XXXIII del T.O. – Ciclo B.
Este fragmento, plenamente simbólico, de género apocalíptico y reflejando la cosmología del momento, se interpreta con demasiada frecuencia como amenazante, sin embargo, no es un texto para el temor, sino para la esperanza.
Nos viene “como anillo al dedo”. Y es que su mensaje permanece siempre vivo y actual, “el cielo y la tierra pasarán, pero su Palabra no pasará”, su Palabra es siempre de paz y de confianza: “no tengáis miedo”, “la paz os dejo”. Justo lo que hoy más necesitamos. Son tiempos de zozobra para muchos, de inquietud por los nuevos virus para todos, de cambios climáticos y catástrofes naturales.
Nuestras angustias pasan cuando Él se acerca, el sol y la luna podrán seguir sin brillo, las estrellas caerán y los astros se tambalearán, pero la gran angustia habrá pasado porque es incompatible con Su presencia, aquello del profeta “aunque la higuera no eche yemas y no queden vacas en el establo yo seguiré confiando en Ti”.
Jesús, el humilde y sencillo nazareno, el maltratado siervo de Yahvé, el despreciado como “comedor y bebedor”, “amigo de prostitutas y publicanos”, se nos muestra ahora tal como es, “Hijo del Hombre”, pleno de humanidad y de la gloria del Padre.
Su venida no es amenaza sino una Gracia. Viene a reunirse con los elegidos, es decir con todos, porque por todos acampó entre nosotros.
“Cuando las ramas de la higuera están tiernas y echan yemas, sabemos que el verano está cerca”. Podemos predecir o leer el futuro, no necesitamos cotes especiales, basta analizar el pasado y el presente. Podemos manipular lo que está por venir. Algo que no existe está ya en nuestras manos. Lo que hoy siembre, mañana cosecharé. Tenemos señales y signos, es la higuera que echa yemas, son nuestros temores, nuestra ansiedad y zozobra, nuestra necesidad. Jesús está cerca, a la puerta, porque él no abandona a quien lo necesita.
Preparemos ese futuro que llega, acicalemos nuestro espíritu para el encuentro. No sabemos el día ni la hora, pero sabemos que el Juez es Jesús.
Sor Áurea Sanjuán, OP