Hoy asistimos a un dialogo entre Jesús y Pilato.
Pilato piensa que está ante un chiflado, un exaltado que se tiene a sí mismo por rey. Su palabra es superficial y despectiva.
En cambio, Jesús habla con seriedad y profundidad. Su Reino es verdadero, su Reino es la verdad. Esa verdad que se identifica con lo auténtico y nada tiene que ver con los poderes de este mundo que se sustentan sore la mentira.
El Reino es algo tan querido, tan acariciado por él, que todo su vivir gira en torno al Reino. Toda su predicación también.
Habla constantemente del “Reino de los cielos”, parece que no entiende de otras historias y quiere para nosotros la misma obsesión y el mismo empeño, pero nosotros tenemos otras quimeras y otros quehaceres.
Nos habla del Reino de mil maneras y todas apetecibles, sugerentes y sencillas. El Reino es un banquete, una boda, una fiesta. Es la alegría de encontrar la dracma perdida, de abrazar al hijo que regresa al descubrir que la felicidad solamente le aguarda en la casa paterna, es el gozo de cambiar pequeñas piedras por una perla de gran tamaño, y es la inefable sorpresa de encontrar un tesoro escondido. El Reino es dicha y satisfacción plena.
Si buscamos el Reino que nos presenta Jesús lo encontraremos por la única senda que conduce a la felicidad ansiada, aquella que queda trazada al pasar haciendo el bien,
No se trata de grandes esfuerzos, sino simplemente de ir esparciendo pequeñas semillas de bondad, de amabilidad, de comprensión y ayuda. De limpiar nuestros ojos para mirar como los de Dios, que no se entretiene con apariencias, sino que mira el corazón, se trata de limpiar el nuestro, porque de lo que hay en él habla la lengua. A Jesús no se le caía de la boca el Reino porque es lo que acariciaba en su interior.
Sor Áurea Sanjuán, OP