Comentario al Evangelio II domingo Tiempo ordinario ciclo C. Jn 2, 1-11
En el Evangelio de hoy no hay que buscar, por mucho que ello nos cueste, un suceso físicamente real, es lo que nos explican los exegetas. El evangelista Juan no hace historia en el sentido que la entendemos nosotros, él nos ofrece teología utilizando elementos simbólicos, pero no por ello su mensaje es menos real y verdadero. Ese mensaje es el que debemos incorporar a nuestro ser, a nuestro pensar y sentir.
¿Cuál es aquí ese mensaje? Los exegetas, es decir, los estudiosos que se ocupan de desentrañar el sentido profundo de la Escritura nos descubren el significado de cada uno de los símbolos que aparecen en el relato. Aquí nos quedamos con el más genérico. El Evangelio de hoy nos habla de la alianza de Dios con su pueblo y en concreto del paso que se da en ella, es el paso del Antiguo Testamento al Nuevo. El antiguo ha caducado, son las tinajas antes llenas y ahora vacías, que han perdido su sentido purificador como lo perdió el agua que contenían, como también lo perdió la del Bautismo de Juan.
Es preciso sustituir esa agua, pero no por otra igual que sólo puede limpiar lo externo. Repetir lo mismo conduce a lo mismo. Es algo que nos cuesta comprender. Aferrados a lo de siempre nos cuesta dar el salto a lo novedoso. A Jesús le costó la vida. Lo mataron porque ofreció una lectura nueva de la Ley. Lo mataron porque dijo que una túnica vieja no puede remendarse con tejido nuevo y que el vino nuevo necesita odres nuevos. Lo mataron porque nos mostró un rostro nuevo de Dios.
Hay que volver a llenar las tinajas, pero ya no con el agua del testamento antiguo sino con aquella que es capaz de acoger el milagro de convertirse en ese vino nuevo que es Jesús, que es Amor. La llegada de Jesús trastoca todo. Con él todo cambia. Los cojos dan saltos de alegría, los ciegos ven derrumbarse sus tinieblas y se abren a la luz. Con Jesús cambiamos hasta nosotros. El indolente da un brinco, carga con su camilla y echa a correr, el hijo descarriado regresa a la casa paterna. Con Jesús somos capaces de dar el salto que nos aparca en lo nuevo. Entonces descubrimos que con lo nuevo nada se rompe y lo antiguo hecho rutina y costumbre recupera su sentido.
Para conseguirlo, María, la Madre, nos echa una mano: “Haced lo que Él os diga”. Antes ha señalado nuestra carencia: “No tienen vino” es decir, todavía estamos en lo añejo. Todavía el sábado está por encima de nosotros, no tenemos el vino nuevo, ese vino que es el Amor, ese Amor que nos sitúa por encima del sábado y que es Jesús. Con Jesús, con ese Vino Nuevo, lo caduco se revitaliza, la Ley recupera su sentido liberador. Ya no somos esclavos bajo la Ley sino hijos libres por el Amor. (Gal.4)
“Haced lo que Él os diga” es la tarea que abre paso hacia la novedad de Jesús. Celebramos esa novedad con alegría y disfrute, con el festín de un banquete de bodas, un banquete en el que ya nunca faltará el vino, nunca faltará el AMOR.