¿SOLO UNO HA VUELTO?
Unos seres humanos pero que no parecen hombres sino gusanos malolientes.
Proscritos, desterrados a la soledad más pavorosa, excluidos de la sociedad y con la fuerza que confiere sentirse grupo, vulneran la orden de alejamiento a lo que los condena una cruel ley higiénica que pretende preservar del contagio a la comunidad. Son impuros que emponzoñan. Son «leprosos»
Hoy como ayer, hay personas abandonadas en la cuneta, personas que carecen de todo derecho y de las que «la gente de bien» se apartan. Temen que les roben un poquito del bienestar que disfrutan. También hoy como ayer hay que proteger a la sociedad de esos individuos que en realidad no cuentan y solo sirven para molestar. Son los leprosos del siglo XXI. También ellos se alían entre sí para saltar las vallas que se interponen entre ellos y nosotros como fortalezas invulnerables. Es preciso- pensamos los del lado donde anida la felicidad, salvaguardarnos.
Aquellos leprosos del tiempo de Jesús, al igual que los de hoy lanzan su angustiado grito ·Ten piedad», «tened piedad».
Jesús se acerca, no les exige ni siquiera fe, no les pide papeles ni justificaciones, sólo que cumplan con aquella norma que les devolverá al poblado, a la sociedad, «que se presenten a los sacerdotes, a los autorizados de certificar su curación.
Porque aquellos diez enfermos se sintieron curados. Nueve de ellos siguieron presuroso en busca del certificado que les devolvería a la vida. Sólo uno, el «malo de la película» -era samaritano y por tanto hereje- vuelve a dar gracias,
Jesús muestra su extrañeza:
«Solamente tú, el extranjero has vuelto ¿Dónde están los otros nueve?»
Pero Jesús no se cansa de hacer el bien.
¿Nos cansamos nosotros?
Sor Áurea Sanjuán