No es un fragmento para comentar sino para rumiar, para saborear una y otra vez. No sabes si lo que te fascina más es la belleza o la profundidad de su lenguaje y con la fe en alerta, la divinidad o la humanidad de Jesús. Un texto ante el que hay que hacer silencio para que la Palabra nos envuelva en ese clima en el que se diluye lo humano y lo divino. Un texto solo asumible desde la experiencia mística, sólo desde ella se puede comprender y vivir.
Un texto difícil para quienes nos sentimos y somos más pragmáticos que místicos, aunque si nos fijamos bien abunda en aseveraciones prácticas que nos cuestionan el modo de vivir. Hay que adorar el misterio pero hay que hacerlo vida de nuestra vida. En el Tabor se está muy bien y hay que disfrutar esos momentos pero hay que bajar a lo cotidiano.
Si Él bajó y acampó aquí, entre nosotros no podemos nosotros subirnos a las nubes. Vino al mundo, en el mundo está y en el mundo lo encontraremos
Si Él vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, si era la luz y las tinieblas prefirieron la oscuridad, debemos cuidar de no repetir nosotros lo mismo.
Dicho esto no está de más marcar la diferencia entre la época en la que surgió este texto y la nuestra, cada una está en las antípodas con respecto a la otra.
Este prólogo al Evangelio de San Juan surgió en un ambiente gnóstico con la pretensión de combatirlo.
El gnosticismo del primer siglo de nuestra era, de influencia platónica minusvaloraba la materia y negaba la encarnación del Hijo de Dios. El que existía desde el principio no podía degradarse asumiendo un cuerpo humano, por eso afirmaban que el de Jesús, a quien no negaban la divinidad, era sólo apariencia. Los Docetas, así se llamaban, sostenían que Jesús no era plenamente humano. -¿Cómo admitir que el Hijo de Dios, el mismo Dios, llegase a contaminarse con un cuerpo como el nuestro?
Pasaron aquellos tiempos de creencia generalizada, en los que prácticamente todos creían en Dios, las dificultades eran teóricas y sobre todo emocionales “EL Verbo se hizo carne” resultaba ser la afirmación contundente, reforzada por «habitó entre nosotros» Aquel para quien no existía el tiempo entró en nuestra historia y en nuestro espacio y se hizo hombre como nosotros. el autor, los autores, de este texto., la comunidad de discípulos de Juan, afirmaban con esta rotundidad la humanidad de Jesús que los docetas negaban.
Para nuestra época, quizá para nosotros, esas disputas han perdido interés. A lo sumo nos quedamos con «a Dios nadie lo ha visto jamás» dándole el sentido agnóstico que caracteriza a la cultura actual.
Si «hemos contemplado su gloria» tendremos, como Juan, que «dar testimonio de la Luz» Esa Luz verdadera que ilumina a todo hombre»
Sor Áurea Sanjuán Miró OP