Editorial del Prefecto del Dicasterio para la Comunicación sobre el Mensaje del Papa Francisco para la LIV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.
Paolo Ruffini
“En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos”.
“Incluso cuando contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacerle sitio”.
Con estas dos frases, la primera puesta inmediatamente después del inicio y la otra hacia el final de su Mensaje para la 54ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el Papa Francisco nos devuelve con sus palabras a la esencia de un tema en torno al cual desde hace tiempo hemos estado dando vueltas. Como en un vórtice que corre el riesgo de hacernos perder la brújula, la estrella polar, la dirección; con la paradoja de que la era de la comunicación corre el riesgo de coincidir con la de la incomunicabilidad; y el triunfo de los big data con la derrota de la sabiduría necesaria para leer y narrar el sentido de cada historia, y con ello el significado de la Historia.
Narrar viene de gnarus, tener experiencia. Pero sin la capacidad de devolver la experiencia a la unidad, no hay sabiduría, ni conocimiento; todo se reduce a un listado sin sentido.
A esto sirve narrar.
Sólo la narración (siempre, incluso en la ciencia, necesitamos una hipótesis de investigación, una clave de lectura de las cosas) es capaz de revelar lo que no es inmediatamente visible a los ojos, lo que está escondido, lo que requiere el tiempo del conocimiento para ser revelado.
Con su Mensaje el Papa habla a los comunicadores, ciertamente; a los periodistas, seguramente; pero habla en general a todos. Porque todos nos comunicamos. Todos somos responsables del mundo que nuestra narración borda.
Nuestras narraciones son infinitas. Son escritas, habladas, filmadas; tejidas de palabras, imágenes, música; memoria del pasado y visión del futuro.
Nuestras historias son la vida que transmitimos.
Y a todos el Papa pregunta, ¿cuál es la historia que nos contamos? ¿Cuánto lo hemos vivido realmente, meditado, reflexionado, comprendido, antes de contarlo? ¿Es una historia verdadera? ¿Es una historia dinámica? ¿O es una historia falsa? ¿Es una historia tranquila? ¿Es una historia en la que hay un hombre y hay un misterio que lo encierra, o es una historia que borra nuestra humanidad? ¿Es una historia bien contada o es una historia mal contada? ¿Es una historia abierta a la esperanza o una historia cerrada? ¿Es una historia que acoge el mal o que busca siempre, en cada situación, la chispa del bien capaz de redimirlo?
Todas las historias sólo se entienden al final. ¿Cuál es el final de nuestras historias? ¿Qué espacio se deja al misterio de Dios, a la posibilidad de la redención?
¿Dónde está la sabiduría de la narración? “Los grandes sabios del pasado – ha escrito el Papa en la Laudato sí – correrían el riesgo de ver su sabiduría sofocada en medio del ruido dispersivo de la información. …La verdadera sabiduría, fruto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se adquiere con una mera acumulación de datos que termina por saturar y confundir, en una especie de contaminación mental”.
No siempre nos damos cuenta de lo importante que es el papel de la comunicación (y en ella de cada uno de nosotros cuando nos comunicamos) en ser instrumentos de comprensión o de incomprensión, en construir o destruir una conciencia responsable, en el nutrir o mal nutrir nuestras identidades en devenir.
A partir de estas preguntas, de esta asunción de responsabilidad que nos concierne a todos, podemos retomar el camino. Y retomarla, como creyentes, con la conciencia de un acontecimiento que ha cambiado la historia, iluminándola en el misterio de Dios que se hace hombre precisamente para redimirla. Ante este misterio, los Reyes Magos, conscientes de esa sabiduría que corremos el riesgo de perder en el torbellino de nuestras vidas, para proteger la historia que les había sido revelada y al Niño Dios que la encarnaba, fueron advertidos en un sueño de que para volver a casa había que elegir otro camino. También nos conviene, para encontrar el lugar que conserva el sentido de la historia y el relato, elegir un camino diferente al que nos ha llevado hasta aquí. Para empezar de nuevo necesitamos otro camino, otra historia, otra manera de ver, de contar, de hacer memoria, de construir – narrando – el futuro.
24 de enero
San Francisco de Sales, obispo de Ginebra. Doctor de la Iglesia. Fundador de la Orden de la Visitación. Patrón de la prensa católica.
Nace el 21 de agosto de 1567 en Thorens-Glières, Francia, en el seno de una noble y antigua familia de Boisy, en Saboya. Se forma en los mejores colegios franceses, después secunda el deseo de su padre, que sueña para él la carrera jurídica, y va a estudiar derecho a la Universidad de Padua. Aquí madura cierto interés por la teología. Se gradúa con las máximas calificaciones y a su regreso a Francia, en 1592, se inscribe en el colegio de abogados. Pero su deseo mayor es hacerse sacerdote, de modo que, al año siguiente, el 18 de diciembre, es ordenado sacerdote y tres días después, a los 26 años de edad, celebra su primera misa. Nombrado arcipreste del capítulo catedral de Ginebra, Francisco manifiesta dotes de celo y de caridad, de diplomacia y de equilibrio. Mientras arreciaba el calvinismo, se ofreció como voluntario para re-evangelizar la región de Chablais.
En la predicación busca el diálogo, pero choca con puertas cerradas, nieve, frío, hambre, noches en las que dormir al sereno, emboscadas, insultos y amenazas. Entonces estudia la doctrina de Calvino para comprenderla en profundidad y para explicar mejor las diferencias con el credo católico de modo que, en lugar de recurrir sólo a la predicación y a la disputa teológica, idea el sistema de publicar, fijar en lugares públicos o dejar puerta a puerta hojas y carteles en los que exponía cada una de las verdades de la fe, de manera sencilla y eficaz. Las conversiones no son muchas, pero cesan las hostilidades y el prejuicio contra el catolicismo. Después Francisco se establece en Thonon, en la capital de Chablais, y aquí se dedica, entre otras cosas, a las visitas a los enfermos, a obras de caridad y a conversaciones personales con los fieles. Posteriormente pide ser trasladado a Ginebra, ciudad símbolo de la doctrina calvinista, con el deseo de recuperar a la mayor cantidad posible de creyentes para la Iglesia católica.
El episcopado en Ginebra y su amistad con Juana Francisca Frémyot de Chantal
En 1599 es nombrado obispo coadjutor de Ginebra. Tres años después la diócesis está totalmente en sus manos, con sede en Annecy. Francisco se gasta allí sin reservas: visita las parroquias, forma al clero, reordena los monasterios y conventos, no se ahorra en la predicación, en las catequesis e iniciativas en favor de los fieles. Elige el catecismo dialogado y su perseverancia y dulzura en la dirección espiritual guían numerosas conversiones. En marzo de 1604, durante la predicación cuaresmal en Dijón, conoce a Juana Francisca Frémyot de Chantal con quien instaura una bella amistad de la que surge también una correspondencia epistolar de dirección espiritual. A ella, en el año 1608, dedica Filotea o Introducción a la vida devota. Filotea es el nombre ideal de quien ama o quiere amar a Dios. Francisco concibe el texto para resumir de manera concisa y práctica los principios de la vida interior y para enseñar a amar a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas en la cotidianidad. La idea es la de formar a una vida plenamente cristiana, a quienes viven en el mundo y deben cumplir con obligaciones civiles y sociales. El escrito tiene un éxito enorme.
El nacimiento de la Congregación de la Visitación de Santa María
La larga y amplia colaboración entre Francisco y Juana hace que surjan grandes frutos espirituales. Entre ellos la Congregación de la Visitación de Santa María fundada en 1610 en Annecy con la finalidad principal de visitar y socorrer a los pobres. Ocho años después la Congregación llega a ser una Orden contemplativa (hoy las monjas son llamadas visitandinas). El mismo Francisco dicta sus constituciones, inspirándose en la regla de San Agustín. Pero Juana Francisca Frémyot de Chantal dispone después que sus religiosas se ocupen también de la educación e instrucción de las jóvenes, especialmente de familias pudientes. En 1616 Francisco escribe Teotimo o Tratado del amor de Dios, obra de extraordinaria trascendencia teológica, filosófica y espiritual, pensada como una larga carta dirigida a su amigo “Teotimo” que presenta a cada hombre su vocación esencial: vivir es amar. Con el texto desea indicar los caminos mejores para que cada uno pueda realizar un encuentro personal con Dios. Francisco de Sales muere el 28 de diciembre de 1622 en Lyon, a los 52 años de edad, y el 24 de enero del año siguiente sus restos mortales son trasladados a Annecy.
Tomado de Vatican News