Carta del Maestro de la Orden ante el COVID-19
16 de marzo de 2020
El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida; ¿quién me hará temblar?
Él me protegerá en su tienda el día del peligro;
Me esconderá en lo escondido de su morada.
Salmo 27:1,5
Queridos hermanos y hermanas de la Familia Dominicana,
Como saben, después de China, Italia está sufriendo gravemente debido al covid-19. Algunos miembros de la Familia Dominicana en el norte del país han contraído el virus. Continuemos rezando por todos los enfermos, los que los cuidan, los que hacen todo lo posible por encontrar maneras de superar la pandemia y sus efectos adversos.
Junto con los hermanos y hermanas de Santa Sabina, deseo ofrecer palabras de solidaridad como gesto de nuestra cercanía en este momento en que el bien común requiere “distanciamiento social”. Nuestra misión es construir la comunión y, sin embargo, en este tiempo de crisis, parece que nos rendimos al aislamiento. Por paradójico que parezca, mantener la distancia entre nosotros significa que realmente nos preocupamos los unos por los otros, porque queremos detener la transmisión del novedoso coronavirus que ya se ha cobrado la vida de muchas personas y ha puesto en peligro la vida de otras muchas en todo el mundo. Nos mantenemos a distancia no porque veamos a nuestro hermano o hermana como un portador potencial del virus, o porque tengamos miedo de enfermar; sino porque queremos ayudar a romper la cadena de transmisión viral. Cuando el sistema de salud se sobrecarga, como ha sucedido en el norte de Italia, los encargados de la atención médica se verán obligados a tomar decisiones éticas difíciles – ¿debe priorizarse un paciente que es más joven y por lo tanto con una mayor esperanza de vida frente a uno que es más anciano? Esperamos y rezamos para evitar que eso suceda en otros lugares, haciendo todo lo que podamos para evitar una mayor transmisión del virus. Aquí en Italia, como en otros países, es doloroso para nosotros no celebrar públicamente la Eucaristía, el sacramento de comunión, en un momento en que la gente más lo necesita por el aislamiento. Y sin embargo tenemos que soportar este sufrimiento en el espíritu de la solidaridad humana y la comunión, porque “si uno de los miembros sufre, los demás comparten su sufrimiento” (I Cor. 12:26).
En este tiempo de quarantena en quaresima, estamos invitados a detenernos y reflexionar sobre la cercanía de Dios para con nosotros. Cuando se suspende el culto público por el bienestar de los fieles, nos damos cuenta de la importancia de la comunión espiritual. En estos lugares, es como si la gente experimentara un prolongado “Sábado Santo” cuando la Iglesia “se abstiene de la celebración de la Eucaristía” meditando sobre la pasión del Señor y esperando su resurrección (Paschale Solemnitatis, 73-75). De manera experimental, recordamos el hambre de la Eucaristía de nuestros hermanos y hermanas en zonas remotas que sólo podían participar en la misa una o dos veces al año. Ahora, más que nunca, necesitamos encontrar maneras de romper el aislamiento, de predicar el Evangelio del amor y de la comunión, incluso en el “continente digital” (ACG Biên Hòa 2019, 135-138). Necesitamos recordar a nuestra gente que Jesús permanece cerca de nosotros incluso cuando tenemos hambre del Pan de Vida.
Permítanme recordarles lo que ya sabemos en lo profundo de nuestros corazones. ¡Si queremos difundir el Evangelio, debemos estar con la gente, estar cerca de ellos! Debemos cruzar las fronteras lingüísticas, culturales e incluso ideológicas para difundir la Palabra de Dios. Por el contrario, si queremos detener la propagación de algo malo como el coronavirus, debemos mantener la distancia, debemos abstenernos del encuentro personal porque cualquier encuentro cercano tiene el potencial de propagar el contagio.
La pandemia actual muestra claramente que, para que algo circule, son necesarios la cercanía y el encuentro personal. Cuando esta crisis termine, no olvidemos la lección: si queremos que el Evangelio circule en nuestro mundo secularizado, son necesarios la misma cercanía y el encuentro personal. Espero y rezo para que nuestros centros de estudios, parroquias y otros centros apostólicos continúen siendo como un “aeropuerto”, es decir, un centro donde la gente profundice su conocimiento y su fe para que ellos también puedan “contagiar” positivamente a todos con la alegría contaminante del Evangelio.
Continuamos rezando por los enfermos y por aquellos que los cuidan. Incluso en nuestra soledad, Dios está cerca de nosotros, y nunca estamos solos porque todos pertenecemos al Cuerpo de Cristo.
Su hermano,
Fr. Gerard Francisco P. Timoner III, O.P.
Maestro de la Orden