¿CACEROLADA A DIOS?
“Si hubieras estado aquí… “. Es el reproche de Marta a Jesús.
¡Si estuvieras aquí…! ¿No es nuestro reproche? Alguien ha sugerido convocar una cacerolada a Dios desde nuestros balcones. Es el eterno debate, si Dios puede matar al covid-19 ¿por qué no lo hace? ¿Es un Dios malo? y si no puede ¿es que es débil? A Dios nadie lo ha visto jamás pero nuestro reproche ¿no lleva implícito un cierto reconocimiento de su existencia y un cierto reclamo a su bondad? Nuestro Dios es un Dios débil, con la debilidad de la ternura, la bondad y el amor. Lo vemos en Jesús que llora, que solloza, ante la noticia de que su amigo ha muerto.
Marta es una mujer práctica, amiga de Jesús pero al pan, pan y al vino, vino. No le van los subterfugios y sin ambages recibe a Jesús con un: «Señor, si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto». Un reproche que a la vez contiene una dosis fuerte de fe, de adhesión, convencimiento y seguridad en la bondad sanadora de Jesús. También nosotros podemos repetir y sentir con ella:”Si estuvieses aquí…” y con el salmista reclamar:”¿Dónde está nuestro Dios?” Pero nuestro Dios está aquí en medio de nosotros, en esta pandemia de la que es imposible no hablar porque toda reflexión acaba derivando hacia ella. El covid- 19 está resultando el vehículo que nos acerca a nuestro Dios. Está en la solidaridad, en la preocupación de unos por los otros, en la empatía que suscita entre los vecinos al asomarse a la ventana para aplaudir y está sobre todo en tanto heroísmo por parte de sanitarios y personal de servicios. Es preciso recordar las palabras de Jesús: «Lo que hiciste con uno de estos a mí me lo hiciste».
El coronavirus ni es Dios ni ha venido de parte de Dios. El Dios de Jesús es Dios de vida y no quiere la muerte de los suyos. Es un Dios tardo a la ira y rico en misericordia y no manda castigos a sus hijos.
Si en la causa de esto que nos ocurre hay culpables, estos no los encontraremos más allá de nuestros confines. Si rechazamos toda metafísica, seamos consecuentes. Si con Nietzsche proclamamos que Dios ha muerto, reconozcamos con él que nosotros, con muestra ciencia, con nuestra sabiduría, lo hemos matado. Si pensamos que esto es así entonces no podemos deducir que esta peste viene de Dios del que sostenemos que no existe.
Pero en vano buscamos causas, buscamos culpables, en vano porque no podemos encontrar premisas que con toda certeza sean verdaderas. Se habla de una revancha de la naturaleza castigada por la crueldad del hombre que confundió el mandato divino de cuidarla por el poder de dominarla. Se habla de virus de laboratorio cuidadosamente elaborado para diezmar una humanidad que por numerosa impide el bienestar… Se habla de un error y accidente fortuito en algún tipo de arriesgado experimento, se habla de una comida indebida que hizo saltar el virus a los humanos… pero lo peor no es el no poder saber la verdad, lo peor es saber que nos están mintiendo. Cada cual arrima el ascua a su sardina buscando rédito para sus propios intereses.
No perdamos ni tiempo ni energías buscando causas o culpables. El evangelio de hoy, al hablarnos de la resurrección de Lázaro nos está queriendo enseñar que JESÚS ES RESURRECCIÓN Y VIDA. Nuestro Dios no lo es de muerte sino de vida. Acojamos esa vida que Jesús nos ofrece.
Sor Áurea Sanjuán, op.