DIOS TIENE CORAZÓN

Celebramos la fiesta de Dios.
Una fiesta a la que estamos llamados todos y por tanto se presenta multitudinaria, pero lejos de resultar popular nos interpela. Teólogos, místicos y filósofos han hecho gala de sentimientos, imaginación, razonamientos y sabiduría para ayudarnos a comprender algo que es por su propia naturaleza incomprensible y que ni ellos ni nadie han visto jamás.
¿Podemos imaginar a Dios? Poder podemos, lo difícil es lograr que nuestra quimera concuerde con la realidad, esa Realidad, que es Dios, y que nos supera y desborda por todos los lados.
Ya decimos que Dios es inefable porque no tenemos imágenes ni palabras con que poder definir o al menos describir lo que habita en ese otro nivel al que no tenemos posibilidad de acceder por ninguno de nuestros sentidos y ninguna de nuestras capacidades.
Pensar, imaginar o visualizar al Dios trino como Relación o comunidad, nos resulta útil como ejemplo para nuestro día a día, para nuestro vivir comunitario, pero ¿nos desvela qué y cómo es Dios?
Pensar a Dios como un océano o un silencio inmenso en los que sumergirnos, puede satisfacer esos pequeños espacios místicos que todavía poseemos en nuestros recodos más íntimos.
Pero ¿cómo explicar y cómo expresar lo indecible?
Podemos expresar nuestra admiración y nuestra emoción recurriendo a los calificativos disponibles en el lenguaje, pero con ellos no comunicamos más que atributos humanos.
Todo lo que digamos de Él queda en categoría de metáfora, no sirve más que para uno mismo y no tiene poder de convicción ni demostración.
En fin, «de lo que no se puede hablar, es mejor callar».
Es mejor vivir y saborear. ¿Por qué meternos en laberintos de tan difícil salida? Nada más que por nuestro tozudo pragmatismo que nos insta, como a Tomás, a ver y tocar.
Pero hay algo, o mejor Alguien, que viene en nuestro auxilio: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre». Es el rostro de Jesús. Mirar a Jesús es ver a Dios.
No podremos mostrar y menos demostrar al Dios en que creemos pero lo que el otro ve en mí, sí que le habla del Dios que digo amar y adorar.
Que nuestro vivir nos haga saborear y testimoniar que Dios tiene corazón.

Sor Áurea Sanjuán, op

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