UN FESTÍN PARA TODOS

Le tildaron de bebedor y comilón, es decir, poco menos que de borracho. Le acusaron de confraternizar con los pecadores. Y es que si repasamos el evangelio desde esta perspectiva veremos a Jesús transgredir continuamente las leyes que implican segregación. Con él no va el apartheid. En su época y en su espacio los lugares están perfectamente delimitados, los puros no se pueden contaminar con los impuros. Se celebran banquetes, pero con invitados rigurosamente seleccionados.

Lo vemos en el fragmento de hoy. “El Reino de los Cielos se parece a un Rey que preparó un banquete “los primeros llamados, los perfectos, no pueden aceptar la invitación, tienen asuntos más importantes que atender y disfrutar. No tienen hambre, tienen tierras y tienen negocios. Ellos, los inmaculados, gente del templo, excusan su asistencia, menosprecian la llamada. “No hicieron caso»

 Y se encuentran con que el banquete ahora es para todos. Allá vamos los ciegos, los cojos, los andrajosos, los hambrientos y ellos, los hastiados, los satisfechos y pulcros se quedan fuera, lejos de Jesús y de la Vida porque Jesús está precisamente allí donde ellos no pueden estar, con los contaminados.

«El Reino de los cielos se parece a un Rey que para celebrar la boda de su hijo preparó un banquete». Un banquete, nos ha dicho Isaías, «de manjares suculentos, de vino de solera». Y es que Jesús, el comedor y bebedor, no invita al luto sino a la fiesta. En su mesa no hay tristeza sino alegría rebosando todos los platos.

Pero nos encontramos con una paradoja. «La sala se llenó de comensales…el Rey reparó en uno que no llevaba traje de boda» si llama a los andrajosos ¿Cómo le sorprende que alguien no vaya engalanado con vestido de fiesta? Es que al festín no se entra   subrepticiamente hay que pasar por el panel de desinfección dejándonos bañar por el chorro de su misericordia, con ella nos revestimos de ese hombre nuevo del que habla San Pablo, o mejor todavía, aquello de “Revestíos más bien del Señor Jesús»

Es el traje que necesitamos. Porque los personajes de este relato no son de ficción, somos tú y yo. El banquete no es para luego. está ya preparado y el anfitrión se impacienta. El festín no admite dilación. Nuestros negocios, nuestras cosas y nuestros enredos no pueden ser más importantes que el Reino. El Rey no admite demoras ni excusas. «Salid a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis convidadlos a la boda». Allí en la encrucijada estamos tú y yo. Quizá desorientados sin saber qué salida de la rotonda debemos tomar, avergonzados como harapientos y precisamente allí nos alcanza la llamada. Ya no valen las excusas de la primera convocatoria. La tarea urge y es de todos. Pero la tarea es un festín. Trabajar por el Reino una gozada. «Sácianos con tu misericordia y nuestra vida será alegría y júbilo»

Sor Áurea

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