Habían subido a Jerusalén con motivo de la fiesta y al regresar advirtieron que el niño no iba con ellos. Lo buscaron ansiosos y lo encontraron en el templo entre los doctores de la Ley.
María no pudo aguantarse el reproche. Acostumbraba a respetar, admirar y guardar en su corazón todas esas cosas, raras por lo que no tenían de normal, del Hijo que el Espíritu le había regalado y al que veía crecer con sabiduría y Gracia, pero esta vez había sido demasiado. La travesura de Jesús los había tenido inquietos y afligidos.
“Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.”
Y Jesús, con esa “insolencia” propia del adolescente que se siente crecido, respondió:
“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”
Esta narración de hoy nos desconcierta. ¿Cómo pudieron María y José olvidarse de Jesús?
Nos sorprende y extraña porque pensamos que la familia sagrada fue similar a la nuestra. Pero la institución familiar ha ido evolucionando y es distinta según la época. En aquel entonces no se trataba de ese núcleo, tan querido y valorado por la mayoría de nosotros, compuesto por padre, madre y los hijos de ambos, sino que era algo así como lo que hoy conocemos como clan.
El matrimonió con sus niños tenían su espacio propio pero inserto en el más amplio de los abuelos, tíos, hermanos y primos. Incluso los esclavos si los había, formaban parte de la familia cuyo patriarca o cabeza era el miembro más anciano.
Todos ellos formarán la caravana que subió a Jerusalén; durante el trayecto los niños irían jugueteando entre ellos; resulta inimaginable que anduviesen todas esas jornadas cogidos de las manos de sus respectivos padres resultando fácil que estos los perdieran de vista pero con la tranquilidad de que estaban en el grupo familiar.
Conocer este contexto nos facilita el comprender que Jesús pudiera “perderse”, pero Jesús no se perdió, ¿fue un primer intento de emancipación?
Los adolescentes dan problemas y Jesús los dio. ¿Acaso no era un niño nacido de mujer?
Algo que nos cuesta creer. Nos resulta más fácil adorarlo como Dios, que creerlo hombre.
¿Le sucedería lo mismo a María? Puede que lo contrario, como madre del hijo salido de sus entrañas y a la vista de sus reacciones y “travesuras” como ésta, le resultara más fácil creerlo hombre que adorarlo como Dios. Lo que en él observaba de extraño, sorprendente y no normal, lo guardaba en su corazón.
Jesús Dios y hombre. Jesús hombre y Dios. Cuestión de fe. Necesitamos fe. Oremos como aquel padre que intercedía por su hijo: «Creo, ayúdame, porque tengo poca fe».
La historia acaba bien. Jesús bajó con ellos a Nazaret y creció bajo su autoridad.
A todas, a todos, feliz Navidad.
Sor Áurea Sanjuán, op