Vimos en el fragmento anterior que Jesús gozaba de buena fama y que se le escuchaba con gusto, pero ahora en la misma sesión de la sinagoga, el ambiente ha cambiado, ahora se oye un molesto cuchicheo, se percibe un incómodo movimiento entre los asistentes, se palpa la perplejidad y el nerviosismo. ¿Qué está pasando?
Pasa que algunos han caído en la cuenta y se extiende como una gota de aceite la sospecha y la desconfianza. En su lectura ha omitido la frase final, algo que está severamente prohibido, no se puede modificar ni siquiera una tilde o una coma del texto original. Es el más puro fundamentalismo.
¿Quién es este para mutilar el texto sagrado?
Conocemos de dónde ha salido, es el hijo de José, el carpintero, su madre y sus hermanos viven entre nosotros. Y ¡nos quiere hacer creer que es el Ungido!
Les pasa lo que a nosotros. Nos cuesta cambiar el chip y nos cuesta conocer y valorar al cercano. El santo de más lejos es el que hace milagros. No nos cuesta nada descalificar. No nos tomamos la molestia de pensar y examinar, aquello que veo puede ser otra cosa distinta porque más que mirar interpreto y la interpretación va teñida de sugestión, emoción y mimetismo. No me entero, pero detrás de lo anodino, detrás de un carpintero puede haber un Dios. Es preciso atender a lo fundamental.
Jesús sigue hablando y lejos de apaciguar a la concurrencia la va enfureciendo. Ya les ha dicho con el tijeretazo al versículo que su Dios, el Dios de sus padres no es un Dios capaz de venganza y ahora ¿a qué viene eso de Naamán el sirio y la viuda de Sareppta? Sí, los dos son gentiles, los dos son paganos y los dos obtienen el favor divino. ¿Les está queriendo decir que la salvación es para todos y no son ellos, los judíos, el único pueblo elegido? Sí, justamente eso es lo que dice y lo dice con argumentos de la propia Escritura. Pero, al igual que nosotros son de dura cerviz. Les cuesta cambiar de mentalidad.
Están cerrados a la novedad que trae Jesús y el mayor obstáculo su cercanía. ¡ningún profeta es bien acogido en su tierra!
Considerar a Jesús uno de los nuestros, uno que acampó entre nosotros nos ciega a la Fe. ¿Será por eso que nos resistimos a considerar a Jesús plenamente hombre, el Hijo del hombre?
Es preciso trascender la apariencia. Atender a lo fundamental. Es preciso ver más allá de lo que vemos. Es preciso descubrir en nosotros, lejos de prejuicios y condicionamientos extraños, esa luz que ilumina aquello que es bueno y es Verdad.
Pero volviendo a la sinagoga. La tensión y la indignación ha franqueado el máximo nivel. Ya no hay líneas rojas. Si la novedad ofende lo mejor acabar con el innovador.
Y Jesús es sacado a trompicones, lo empujan a la cima más alta, abajo, hacia lo hondo y a sus pies se extiende el precipicio.
El silencio se impone sobre el griterío. Nadie se atreve a dar el empujón final. Ha vencido resurgiendo, la chispa de bondad que anida en cada corazón. La Verdad, al fin, se abre paso. La mentira y el engaño no puede con ella. Jesús se aleja majestuosamente, se aleja de la maldad y la inconsciencia, pero se queda cerca, en lo hondo, de cada ser humano.
Sor Áurea