EL DEMONIO SE MARCHÓ HASTA OTRA OCASIÓN

 Conocemos la historia. Cada año con la llegada de la cuaresma el mismo relato. Las cosas sabidas de memoria a veces nos resbalan y se pierden en la rutina. Ésta puede ser una de ellas.

La escena tiene mucho de fantasía. Tan pronto vemos a Jesús en el desierto como en Jerusalén sobre el alero del templo. Todo fantástico, como un cuento para niños.

Pero no; la cosa es seria. No importa el género literario sino la lección que encierra.

Como hombres y mujeres de carne y hueso que somos hemos experimentado la misma tentación que Jesús. La narración habla de tres tentaciones, pero en realidad son una y la misma: Apartarnos de lo esencial, del sentido profundo de nuestro vivir, para diluirnos en lo banal y accidental.

Es la tentación del poder sobre las cosas. Quiero pan y hasta una piedra la transformo en un bocadillo.

Es la tentación del poder sobre los otros. Quiero notoriedad, riqueza, fama. Todo al alcance de mi mano, al alcance de un pequeño gesto, un paso al vacío y hasta los ángeles acudirán en mi auxilio y todos, todos quedarán con la boca abierta ante el personaje que soy.

Evidente que esto es caricatura ¿pero no hemos tenido alguna vez  sueños de vanagloria? El diablo lo pone fácil, si me adoras, todos esos reinos, todos esos poderes serán tuyos porque soy el dueño y los doy a quien quiero, a quien se someta y abrace mis criterios.

Abundancia de cosas supuestamente necesarias, con esa necesidad creada por la moda y ese creciente hedonismo que se va instalando en esta sociedad de consumo pero también y sobre todo en mi propio  modo de vivir, abundancia de la notoriedad y el prestigio que me hacen creer que otros admirándome cuidarán de mí. Abundancia del poder y la gloria que aportan la posesión y la riqueza.

Es la tentación de sentirme, de creer o de buscar estar por encima de los demás. Son las ínfulas y bagatelas, la ostentación y el egoísmo, todo orbitando a mi alrededor, todo eso es propiedad del maligno. Todo eso es causa y origen de ese mal que vemos y sentimos por todos los espacios, el mundo, la sociedad, las familias, los círculos de amigos y en el propio corazón.

Negarnos a esa tentación es el mejor y más rotundo no a la guerra.

No son las cosas, no son el esfuerzo por la superación y el crecimiento, no es la satisfacción y el gozo por los logros alcanzados. Son la motivación y los medios, son la zancadilla y el menosprecio hacia el hermano, es el egoísmo que hace pivotar todo a mi alrededor.

Vencer la tentación no es la posición de brazos caídos, de resignación y de inoperancia, esa sería la otra tentación, la de la bella durmiente, esperar pasivamente, sin mover un dedo, que otro, el príncipe, venga y me aúpe.

Al maligno sólo una y contundente respuesta:”¡No!”. “No sólo de ese pan vive el hombre” “No tentaré  al Señor, mi Dios y a él sólo adoraré”.

El demonio, rabo entre piernas, se marchará pero sólo “hasta otra ocasión”. Otro momento de debilidad en que como Jesús sintamos hambre.

Vivir bajo la sombra y la guía de ese Espíritu que nos conduce por el desierto de la vida, escuchar a Aquel que cobija nuestro corazón, es la única y mejor arma para vencer la tentación como Jesús.

Sor Áurea Sanjuán, op

 

 

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