Hoy celebramos la fiesta de Dios. Esa fiesta que ha inspirado a los místicos las más sublimes plegarias y las más íntimas experiencias.

“¡Oh mis Tres, mi Todo, ¡mi Bienaventuranza! Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo…” 

Así dice la “Elevación” de sor Isabel de la Trinidad que tanto alimentó nuestra propia oración en momentos de mayor piedad y fervor.

 Pero ¿qué pasa cuando nos invade la vena del positivismo?

Pasa que nos damos cuenta de aquello: “el corazón tiene razones que la razón no entiende” y parodiando a Pascal, podemos decir que “El místico tiene una experiencia de Dios que el pragmático no entiende”. Aquí viene al pelo la profunda plegaria de Jesús:

“Padre te doy gracias porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a la gente sencilla”

Celebramos la fiesta, la gran fiesta de Dios, del Dios único que es a la vez trinidad.  ¿Cómo entenderlo si no somos místicos?

Son encomiables los esfuerzos de los primeros concilios de la Iglesia para decirnos cómo es Dios. Esfuerzos que han continuado concilio tras concilio hasta nuestro Vaticano II. Pero ¿Cómo explicar lo que de por sí es inexplicable?

“A Dios nadie lo ha visto jamás” cómo pues delimitarlo en imágenes o encerrarlo en conceptos?

¿Qué dijeron o como explicaron tan inefable Misterio los Padres de la Iglesia y qué han seguido diciendo los teólogos? y ¿Qué entendemos nosotros de las profundas definiciones que nos ofrecen?

Los términos nos quedan lejos y los conceptos fríos cuando escuchamos vocablos como   ‘hipóstasis”  “ab intra” y “ad extra”  

Todo este lenguaje tan obtuso para nosotros, la gente de a pie, propicia una actitud pasiva   sino desentendida, amparados con el socorrido “es un misterio”.  Sí es un Misterio, un Misterio que adorar, pero no un comodín que nos exima de profundizar y vivir lo que es el núcleo de nuestra fe.

Por suerte, o mejor, por Gracia, tenemos a Jesús que con imágenes familiares, con palabras de uso común, con ese idioma que toca las fibras del corazón, nos revela al Dios Padre.

Hablando de gorriones y amapolas nos dice que Dios es el Padre providente, que nos cuida tanto que hasta los cabellos de nuestra cabeza tiene contados.

Con la parábola del hijo pródigo nos habla de la ansiedad por el retorno del ser que sigue querido, con la acogida y el abrazo reconciliador, nos revela al Dios misericordioso.

Con la del sembrador nos aclara que no es un Dios encerrado en su inmensidad y por tanto distante, sino que cuenta con nosotros, que hemos de prepararle una tierra mullida para la siembra.

Por la imagen del juicio final sabemos que es un Dios cercano, tanto que su rostro lo descubrimos en el del hermano  y los latidos de su corazón los escuchamos en los del necesitado.

Recorriendo las páginas del Evangelio se nos revelan, por boca del Maestro los atributos divinos y a esa luz las formulaciones dogmáticas nos resultan asequibles y cálidas. Dios tiene corazón y el amor trinitario revierte hacia nosotros con la cercanía y la presencia perenne de Jesús que nos ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Y está con nosotros visible y palpable con los hermanos que sufren. Hoy día Pro Orantibus, la Iglesia nos lo recuerda con el lema para la jornada: “La vida contemplativa cerca de Dios y del dolor del mundo” Lema apropiado y sugerente pero que resulta una tautología puesto que estar cerca de Dios ya presupone estar cerca del dolor humano. No es posible amar a Dios descuidando el amor a los hermanos. San Juan lo afirma más crudamente: “Quien dice que ama a Dios pero no ama a su hermano, es un mentiroso”. Según esto, yo incluiría una pequeña corrección al slogan: La vida contemplativa cerca de Dios y por tanto cerca del dolor humano.

Hoy es el día Pro Orantibus, el día de las monjas y de los monjes pero también y sobre todo, el de todos los bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

                                                                                                                  Sor Áurea

 

 

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