Tienen miedo. Están amedrentados. Son seguidores de Jesús a quien las autoridades religiosas llevaron al patíbulo. ¿No podrían ellos correr la misma suerte?
Su desconsuelo es doble, por una parte, han perdido a su Maestro y por otra son sus jefes religiosos, en quienes deberían poder confiar, los que amenazan.
Se han reunido para cobijarse mutuamente y aunar fuerzas, pero con las puertas atrancadas y atemorizados no adquieren fortaleza, sino que se contagian debilidad. Están acobardados y paralizados por el miedo ¿con ese estado de ánimo cómo podrán resolver la situación?
De pronto se sobresaltan, han reconocido su voz:
“Paz a vosotros “
Y se percatan. Jesús está allí, con ellos. Habían olvidado su promesa: “donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, yo estaré en medio de ellos” y allí en medio está, ofreciéndoles su paz, no les promete resolver sus problemas ni librarlos de todo peligro, les basta su paz y la fuerza del Espíritu Santo.
Ahora todo cambia. Con Él su fortaleza renace y su corazón se llena de alegría. Las puertas de par en par. Los ha enviado al igual que El fue enviado. Y les ha otorgado un superpoder:
“lo que perdonéis será perdonado, lo que retengáis será retenido”
pero con la experiencia de la presencia de Jesús y la luz del Espíritu entienden que su misión, es como la de Él y por tanto su actuar, su pensar, sus sentimientos, han de ser como los de Él que “no vino a condenar sino a salvar” así el superpoder lo comprenden como la capacidad de ejercer misericordia, reconciliar y ofrecer paz.
Entretanto Tomás no está con ellos, diríamos que “va por libre” que como si de un hombre de nuestro siglo se tratara no siente la necesidad de comunidad, pero su individualismo le ha privado de la experiencia que han tenido sus compañeros, no participa de su fe y quiere, como nosotros, ver y tocar.
Y Jesús que sabe y comprende lo que hay en cada corazón, vuelve, se acerca a Tomás y le ofrece lo que reclama y necesita ver y tocar. Así Tomás, tocado a su vez por la Gracia cae de rodillas. Ahora sí, ahora ya forma parte del grupo y se reincorpora a la fe de la comunidad. Es lo que el evangelio de este domingo nos enseña. Solos, alimentando una soledad egoísta y un individualismo que nos aparta del grupo quedamos a oscuras caminamos y a tientas. Es preciso comprender la importancia de la comunidad y la necesidad de reconocer en ella la presencia de Jesus, es esa presencia la que ha de aglutinarnos en una sola alma y un solo corazón solamente así no nos contagiaremos debilidades sino la fortaleza, la paz y la alegría de la fe.
Sor Áurea