El teólogo Víctor Codina S.J. comparte con Vatican News su reflexión sobre la oración y bendición del Papa a Roma y a toda la humanidad. Francisco nos recuerda las palabras de Jesús a sus discípulos atemorizados en la barca agitada por las olas del lago de Genesaret: “¿Por qué estáis con tanto miedo?” (Mc 4,40).
La impactante figura blanca de Francisco, avanzando solo y en silencio, en una tarde romana oscura y lluviosa, desde la basílica de San Pedro a su sede en la Plaza totalmente vacía, para dirigirse desde allí a todo el mundo, no la podremos olvidar fácilmente. Recuerda aquella otra imagen de Francisco avanzando solo y a pie por el campo de concentración de Auschwitz.
Los medios y la oración del Papa
Los diarios han reproducido la imagen del Papa ante la Plaza de S. Pedro vacía, pero han silenciado su contenido. Los MCS que nos anuncian terroríficos mensajes de que lo peor está todavía por llegar, que aumentan los infectados y los muertos, que los hospitales y unidades de cuidados intensivos están al borde del colapso, que faltan respiradores, mascarillas e instrumentos para el test, falta personal, que la crisis económica será muy grave, en una palabra, nos producen pánico y miedo. Por el contrario, Francisco nos recuerda las palabras de Jesús a sus discípulos atemorizados en la barca agitada por las olas del lago de Genesaret: “¿Por qué estáis con tanto miedo?” (Mc 4,40).
Somos importantes para Dios
Cuando nosotros, como los discípulos, pensamos que al Señor no le importa que perezcamos, Francisco nos dice que somos importantes para Dios, que hemos de remar unidos, que todo seamos uno, que la tempestad ha desenmascarado nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto nuestras falsas seguridades, el problema nos afecta a todos, tenemos una pertenencia común de hermanos, formamos un solo mundo. En el fondo el dilema es entre creernos autosuficientes o reconocer que solos nos hundimos y necesitamos invitar a Jesús a nuestra barca y tener fe, una fe que no consiste solo en creer que Dios existe, sino en ir hacia el Señor y confiar en Él, que nos da serenidad en nuestras tormentas.
No se trata de confiar en rápidas soluciones milagrosas, nos hemos de convertir de mentalidad y de estilo de vida, hemos de discernir entre lo que es necesario y lo que no lo es, dejar de confiar en nuestras seguridades y rutinas, dejar de sentirnos fuertes y capaces de todo, no ser codiciosos de ganancias, ni seguir anestesiados ante injusticias y guerras, mientras la tierra está gravemente enferma. Hemos de restablecer el rumbo hacia el Señor y hacia los demás, abrazarnos a la cruz de Jesús como timón, abrazar las contrariedades de la vida, reencontrar en la cruz la vida que nos espera, sabiendo que el Señor ha resucitado y vive a nuestro lado, dejar espacio para que el Espíritu actúe con su creatividad.
Hay que leer despacio esta homilía que acaba con una oración confiando la salud del mundo al Señor, por la intercesión de María: “Señor bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no tengamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repite de nuevo “No tengáis miedo” (Mt 28,5) y nosotros, junto con Pedro “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas (1ª carta de Pedro 5,7).
Al final, Francisco con la custodia dio la bendición Urbi et orbi, a Roma y al mundo. Y se retiró en silencio, mientras todavía lloviznaba y anochecía en Roma, las calles vacías.
Josef Ratzinger, Benedicto XVI, siendo Papa, escribió tres volúmenes sobre Jesús de Nazaret y al final del segundo volumen también cita la tempestad de los discípulos en el lago, mientras Jesús duerme; al ser despertado por ellos, les reprende por su poca fe. La tempestad a la que aludía Benedicto XVI era una tempestad eclesial: abusos sexuales y escándalos en las finanzas y curia vaticana. Ahora Francisco no se refiere simplemente a una tempestad de la Iglesia, sino a una tempestad que afecta a toda la humanidad, que se ve en peligro, por esto su mensaje y su bendición son para Roma y para el mundo entero, Urbi et Orbi, porque el problema no es solo eclesial, sino existencial, vital, profundamente humano. Los millones de telespectadores de todo el mundo que siguieron esta ceremonia, seguramente se sintieron confortados y esperanzados, con menos miedo y más esperanza. Porque la cuestión fundamental es elegir entre el miedo o la fe.