“El día 10 de noviembre de 2019, tendrá lugar en Braga (Portugal), la canonización (equipolente) de nuestro hermano en la Orden de Predicadores, Bartolomé de los Mártires.
Nuestra querida Orden es así bendecida con un nuevo santo oficialmente reconocido, BARTOLOMÉ DE LOS MÁRTIRES (1514-1590), fraile de la provincia de Portugal, arzobispo de Braga, llamado “el santo obispo del Concilio de Trento”.
Su canonización representa hoy para todos nosotros una nueva confirmación de cómo la vida dominicana, en toda su plenitud y su riqueza, es verdaderamente una vida de santidad.”
(Palabras del Maestro de la Orden, Fr. Gerard F. Timoner, a toda la Familia Dominicana)
BREVE PERFIL BIOGRÁFICO
Bartolomé Fernandes nació en Lisboa el 3 de mayo de 1514. Su apodo “de los mártires” le fue dado en memoria de la iglesia de Santa María de los Mártires donde fue bautizado y donde su abuelo lo llevaba todos los días a rezar. Después de la vestición (11 de noviembre de 1528) hizo su noviciado en el convento de Lisboa y completó sus estudios de filosofía y teología en 1538. Más tarde fue lector en el convento de Lisboa y, sucesivamente, en los conventos de Batalha y Évora (1538-1557). Finalmente, fue elegido prior del convento de Lisboa, llamado «de Benfica» (1557-1558).
Fue nombrado Maestro en Sagrada Teología por el Capítulo General de Salamanca en 1551, capítulo muy importante porque entre los ocho Maestros definidores se encontraba el famoso Bartolomé Carranza de Miranda, a quien el mismo Bartolomé defendió en Trento contra la condena de la Inquisición española. En 1559 fue elegido arzobispo de Braga por recomendación de Catalina de Habsburgo y por consejo del Siervo de Dios Luis de Granada, su hermano en la Orden, amigo y futuro biógrafo. De 1561 a 1563 participó en el Concilio de Trento, convirtiéndose en uno de sus principales actores y protagonistas, especialmente en lo que se refiere a la reforma del clero y de los obispos. A su regreso a Braga, a pesar de la fuerte y reiterada oposición del clero local, puso todo su empeño en reformar la diócesis según el espíritu de los decretos tridentinos, por lo que en 1564 convocó al Sínodo diocesano y, en 1566, al Sínodo provincial. En 1571 o 1572 comenzó la construcción del Seminario del Concilio en Campo Vinha. El 23 de febrero de 1582 renunció como arzobispo y “primado de España” y se retiró en el convento de Santa Cruz, en Viana do Castelo, (que él mismo fundó en 1561) para dedicarse con humildad y pobreza al estudio, la oración y la predicación. Y aquí murió el 16 de julio de 1590, como simple fraile, mientras que toda la ciudad ya lo aclamaba como el santo arzobispo, padre de los pobres y de los enfermos. Su tumba se encuentra actualmente en la iglesia de Santa Cruz en Viana do Castelo.
San Juan Pablo II lo beatificó el 4 de noviembre de 2001, fiesta de San Carlos Borromeo, del que Bartolomé era amigo y maestro. Su encuentro en Roma fue decisivo para el joven cardenal milanés, porque no sólo confirmó su decisión de dejar la Curia Romana e ir a Milán para ejercer su ministerio episcopal, sino también porque, gracias al consejo y al ejemplo de Bartolomé, emprendió la reforma de la diócesis ambrosiana.
San Bartolomé de los Mártires es una de las figuras principales en la historia de la iglesia de la primera edad moderna. Como Arzobispo de Braga participó en el Concilio de Trento y fue gracias a su presencia y a sus intervenciones que la asamblea del Concilio aprobó el decreto sobre la reforma del episcopado. Él encarnó el modelo del nuevo obispo nacido de la Reforma Católica, y fue un pastor según el modelo evangélico que gozaba de una reputación de excelente santidad entre sus contemporáneos. Pero esta santidad, hoy reconocida universalmente, no puede limitarse sólo al ámbito de la pastoral realizada durante años en la Iglesia local de Braga en Portugal y defendida con vigor en su integridad en el Concilio de Trento, sino que debe ser comprendida y subrayada también en los otros ámbitos de su vida terrena: humilde y pobre hijo de Santo Domingo; asiduo lector de Sagrada Escritura y profundo conocedor de teología y espiritualidad; maestro claro y actualizado, dispuesto a prescindir de las facundia de palabra y doctrina que había aprendido en sus estudios y oración; religioso a la vez contemplativo y apostólico, testigo perfecto de esa tradicional y conocida definición del fraile predicador que se remonta a Santo Tomás de Aquino, según el cual el carisma del dominico es, justamente, contemplari et contemplata aliis tradere.
Su canonización, en el pasado tan tenazmente solicitada por la Iglesia portuguesa y la Orden de Predicadores, se basa en la convicción de que ésta y toda la Iglesia también necesitaban a un santo así: recordar el ejemplo de su vida es importante para la profundización de la espiritualidad dominicana, del sacerdocio ministerial, del munus episcopal y del espíritu de servicio y de abnegación que siempre lo caracterizaron en su entrega a la Iglesia y al pueblo que se le confió.
La importancia de su mensaje a los pastores de la Iglesia, nunca apagada y siempre ininterrumpida a lo largo de los siglos, fue confirmada por el gesto del Papa San Pablo VI en la clausura del Concilio Vaticano II, cuando entregó a cada padre del Concilio una copia del libro de fr Bartolomé, Stimulus Pastorum. Pero, hoy, es sorprendente ver la indudable contigüidad entre el contenido de los escritos sobre el ministerio episcopal de nuestro Beato, el estilo de vida asumido antes y después de su nombramiento como Arzobispo de Braga, la actitud indomable ante la obra de evangelización y reforma, y el magisterio del actual Pontífice, el Papa Francisco, que desde las primeras declaraciones y discursos tuvo la oportunidad de subrayar con nuevos acentos e imágenes originales el estilo pastoral de cada sacerdote que, según sus palabras, debe modelarse a imagen del pastor que siempre está en defensa de las ovejas que le han sido confiadas, las guía, y por ellas da su vida.