Mis queridas hermanas Monjas de la Orden:
Reciban un gran saludo desde aquí en Santa Sabina, convento desde el cual estoy iniciando mi servicio como Promotor General de las Monjas. Es un don y una verdadera gracia de Dios estar en éste lugar donde vivió Nuestro Padre Domingo aproximadamente unos seis meses. Aquí donde ahora convivo y colaboro con el sucesor del Padre de los Predicadores, el Maestro de la Orden, Fray Gerard Timonner, OP. Aquí donde hago oración con la comunidad y observo conmovido, en la basílica, la lápida en la que Santo Domingo se postraba en oración devota y suplicante. Aquí donde Domingo pernocto en una pequeña celda, ahora, capilla. Aquí donde Domingo predicó la Palabra de Dios y realizó, según la beata Cecilia y los testigos de canonización, algunos hechos portentosos que hemos denominado milagros. Aquí donde Nuestro Padre tuvo la visión de la Virgen María Protectora de la Orden y donde en una noche oscura un ángel abrió de forma inexplicable la puerta de nuestra basílica para que ingresara un pequeño grupo de hermanos. Pues desde aquí les envío un saludo fraterno y cariñoso.
Llegué a Roma hace poco más de dos meses y me he dado a la tarea de adaptarme a mi nueva vida, conocer un poco de esta tierra con tanta historia y cultura, tantos hombres ilustres, tantos mártires y tanta vida cristiana y dominicana. Aquí en la oficina del Promotor, estoy aprendiendo, primero con la valiosa ayuda de mi predecesor, Fray César Valero Bajo, y después con ayuda de textos, documentos y un archivo, en espera de las visitas fraternas a las monjas, aprendiendo conocer en qué consiste éste oficio. Por último, también estoy dedicado a aprender poco a poco la lengua italiana, lengua de Marco Polo, Dante Alighieri, Cristóbal Colón, Leonardo da Vinci, Galileo, Antonio Vivaldi, Pavarotti, Andrea Bocelli, Laura Pausini y otros, lengua que es bella pero no tan sencilla como creemos los que hablamos español. Al poco tiempo de mi llegada y estancia, menos de un mes, comenzó la pandemia y la clausura y el distanciamiento físico (no me convence la palabra “social”) y el resguardo. Después de casi tres meses en este convento quiero enviarles un fraternal saludo esperando que se encuentren bien y en paz.
Antes que nada, quiero decirles que me siento un poco asustado, “con temor y temblor”, y comprometido, por lo que significa este cargo. Fray César, hermano y amigo en la Orden, ha realizado, desde mi punto de vista, y creo que también desde el de muchas de ustedes, una estupenda labor como Promotor. Sé que ha sido un gran mediador entre ustedes y la Orden, haciendo sentir con su presencia sabia, amable y afectuosa, la cercanía y preocupación del Maestro de la Orden por ustedes. He conocido a fray César en las visitas fraternas que hizo a México, en el Macro encuentro del 2018 y finalmente en la última reunión de la Comisión Internacional de Monjas de 2019. Quiero, en lo posible, seguir su trayectoria, dando continuidad a su trabajo y afrontar los nuevos retos de estos tiempos. Antes de aceptar el cargo he sido asistente de la Federación de Monjas Dominicas en México durante nueve años. No llego sin experiencia acerca de la vida de mis hermanas monjas, pero si entiendo que hay muchas novedades en el servicio de Promotor para estos tiempos. La Orden es una, sin embargo, está encarnada en una diversidad de culturas y costumbres de toda la Familia Dominicana.
Los nuevos documentos del Papa Francisco VDq y CO, conocidos por todas ustedes, marcan una nueva época y un gran desafío para la vida religiosa contemplativa. Santo Domingo, con su vida y apostolado, encarnando el evangelio, se anticipó a aquello de “contemplar y dar a los demás lo contemplado”. Sabía la centralidad de la oración y dimensión contemplativa de nuestra vida, y nos dejó, en nuestro carisma, ese reto para toda la Orden, pero especialmente para las Monjas. Saben que, a lo largo de éstos documentos, pero especialmente en los primeros números de la VDq, hay bellas y profundas expresiones de lo que significa la vida contemplativa. Ustedes están, pues, llamadas a ser “exégesis viva de la Palabra de Dios”, “rayos de la única luz de Cristo”, “faros y focos de irradiación apostólica”. Y el trabajo de adaptación de VDq y CO a las Constituciones de las Monjas es otro gran reto para nuestro tiempo. También creo que la reflexión que la pandemia nos ha obligado a hacer, nos invita a repensar todo lo que estamos viviendo: la necesidad de la fe y vida sacramental, la absoluta importancia de la relación humana solidaria, la fuerte realidad de los más pobres y necesitados que interpela nuestro compromiso, lo frágil y vulnerable de nuestra existencia, el valor de nuestro medio ambiente y casa común, el valor del silencio y la actividad más sencilla en casa, etc., entre otras cosas. Todo esto está configurando nuestra época en éste inicio del tercer decenio del siglo XXI y nos impulsa a profundizar y responder con nuevas ideas, proyectos y compromisos en nuestro tiempo.
Luis María Martínez, arzobispo de México, en la primera mitad del siglo XX, escritor de varias obras de espiritualidad, dedicó algunas reflexiones a la vida religiosa contemplativa. Quizá algunas de ustedes ya lo han oído. Escribió entre otras cosas: “¿Para qué sirven las contemplativas? Para lo que sirven las estrellas, para llenar de encanto nuestras noches. Para lo que sirve todo lo que es hermoso, lo que es noble, lo que es santo; para recordarnos que no nacimos para la tierra; para decirnos, en medio de las miserias y dolores y pequeñeces de esta vida, que somos más grandes y que nacimos para cosas más altas; para que no olvidemos que hay una patria eterna y en ella un Padre que con los brazos de su amor abiertos nos espera y una Madre que con su dulcísimo regazo nos brinda el descanso y la paz.
Las contemplativas son los heraldos de la Patria eterna, las mensajeras del amor infinito. Cuando se acercan a nosotros, sentimos que las auras embalsamadas de la tierra prometida vienen a refrescar nuestras frentes en el desierto ardoroso de este mundo; cuando hablan se diría que escuchamos un preludio de los cánticos celestiales. Mirarlas es gozar de una radiosa aparición de los cielos; tienen algo angélico, algo celestial, algo divino”.
Bueno, reconociendo que hay unas monjas más que otras que nos recuerdan todo esto, para eso “sirven” las contemplativas. No me gusta mucho el uso de la palabra “sirven” para la vida monacal, pero así lo señala el prelado. Suscribo y estoy totalmente de acuerdo con lo que dice nuestro hermano. Las monjas viven para predicarnos a Dios, a su Verbo encarnado y resucitado, que nos invita a seguirlo y creer en Él, que nos invita a una vida nueva en la Iglesia, con fundamentos sublimes que nos hablan de realidades de fe que tienen implicaciones profundas en la vida de cada día. Efectivamente, las monjas contemplativas son indispensables en nuestro tiempo, y en todos los tiempos, pues desde su realidad femenina, a imagen de la Madre de Jesús, y con su consagración a seguir a Cristo, nos enseñan a ser discípulos y misioneros del Señor de la vida que ha venido a salvarnos. Jesús, María y Domingo son nuestros grandes maestros de vida. Cada uno en su sitio desde luego, pero necesitamos aprender de todos y cada uno para nuestro crecimiento espiritual y nuestra vida fraterna y apostólica.
Todas las dimensiones de su vida y consagración dominicana, y de la nuestra también, mis queridas hermanas, son muy importantes para el fin de nuestra vida religiosa. Cada elemento, como dicen las Constituciones, está vinculado, trabado, relacionado con los demás aspectos, para hacer de nuestra vida una genuina y auténtica vida consagrada cristiana según el carisma de Santo Domingo, es decir, de verdadera búsqueda, encuentro y seguimiento del Señor Jesús. La vida religiosa debe ser un testimonio de la fe en el Señor y la caridad y misericordia que nos enseñó a practicar. Toda la Iglesia, laicos y laicas, religiosas y religiosos, contemplativas y apostólicos, cada quien en su “trinchera” estamos invitados a poner nuestro empeño y “granito de arena” para hacer de éste mundo el mundo que Dios quiere. Un mundo dónde lo reconozcamos como Padre y le tributemos alabanzas y acción de gracias, nos reconozcamos hermanas y hermanos y seamos solidarios y fraternos, y valoremos el significado de las realidades de nuestra tierra, materiales y económicas, que nos rodean, para que seamos justos y misericordiosos y que no deben ocupar el lugar primordial que muchas veces le otorgamos. Para nosotros orar, celebrar, estudiar, trabajar, convivir fraternalmente, es nuestra forma de predicación que tenemos que desarrollar y actualizar en nuestro momento presente.
Mis queridas hermanas, quisiera ya comenzar mis visitas y encuentros comunitarios y personales a los monasterios donde viven. Quisiera recordarles la preocupación del Maestro de la Orden por ustedes. Quisiera llevarles palabras de fortaleza y entusiasmo, quisiera animarlas en su hermosa consagración en la vida contemplativa. Pero…, imposible por ahora. ¿Hasta cuándo saludarlas y llevarles todo esto más el recuerdo cariñoso de Fray Gerard? Nadie lo puede saber. Sin embargo, por la fe en el Señor que nos une, por la familia dominicana que nos entrelaza y por el cariño del Maestro de la Orden Fray Gerard, sucesor de Santo Domingo, y el mío personal, que rompe barreras de tiempo y distancia, reciban, a través de esta comunicación, mi mejor deseo de que se encuentren bien, viviendo su vida dominicana contemplativa con mucho empeño y tengan ánimo en el Señor Jesús y en la esperanza de que esta pandemia poco a poco vaya cediendo. María, Madre en el cielo de todos nosotros, interceda por todas ustedes. Cuídense mucho y que Dios las bendiga y proteja con su amor misericordioso.
Suyo en Santo Domingo:
Fray Fernando García Fernández, OP
Promotor General de las Monjas