Les resultaba escándaloso
Sus paisanos desconfían. Saben demasiado de Él.
“¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?”.
Los signos que hace y la sabiduría que muestra alimentan la sospecha. Hace un tiempo salió del pueblo y ahora vuelve rodeado de discípulos.
Saben que no ha estudiado, que es como uno cualquiera, como cualquiera de ellos. Nada tienen que aprender de él. Pero «¿De dónde pues saca todo eso? Esto les resulta escandaloso.
¿quién se habrá creído que es?
Aquella gente piensa que sabe todo de Jesús, sus circunstancias y lo que le rodea, pero lo que no saben es quién es. Lo que no saben es que esa mirada insidiosa y despectiva les impide descubrir lo que esa figura tan igual a ellos oculta y que es precisamente la respuesta a su extrañeza y escándalo.
Este evangelio nos incita a profundizar en el insondable enigma ¿qué encerraba o quién fue aquel pueblerino que hace dos mil años armó esa innegable revolución y cuya influencia ha llegado hasta nosotros? El creyente lo tiene fácil: “es cuestión de fe” así piensan muchos de los no creyentes pero la cosa, expresada de modo coloquial, “tiene sus bemoles”, es decir, sus dificultades.
Sus contemporáneos no creyeron en él porque veían solo un hombre, nosotros afirmamos creer, pero con demasiada frecuencia vemos en él solo un Dios. Unos y otros tenemos necesidad de profundizar y depurar, los cristianos, además, de coherencia. Ya lo dijo Nietzsche: “Solo hubo un cristiano y ese fue Jesús” acertado o no, da qué pensar. Sus convecinos solo ven en él a uno más del pueblo. Por eso no comprenden lo que dice y hace y les causa extrañeza. Lo conocen demasiado y ese conocimiento les ofusca obstaculiza impidiéndoles el auténtico conocimiento.
Y otra consideración más de ir por casa. Los nazarenos no reconocieron y no aceptaron en Jesús nada especial, se cerraron a su doctrina y a sus signos. ¿No pasa algo parecido entre nosotros? escuchamos al desconocido o lejano sobre todo si se nos presenta con alguna aureola de títulos, recomendaciones o lo hemos encontrado en Internet y desoímos o ignoramos al cercano, al que convive con nosotros porque sabemos demasiado de él, sabemos de qué pie cojea y estamos seguros de que poco nos puede enseñar. Ya lo dice el refrán “nadie es grande para su mayordomo”.
Nos movemos por etiquetas y prejuicios y no somos capaces de escuchar con objetividad. Con esta postura podemos perdernos algo bueno que nos sería de provecho aprender. Ya lo decían los escolásticos, “la verdad es verdad venga de quien venga” y más vulgarmente el refrán: “La verdad es verdad dígala Agamenón o su porquero”
Volviendo al evangelio, Jesús al percatarse del rechazo de los suyos se lamentaba:
“No desprecian a un profeta más que en su tierra,
entre sus parientes y en su casa”
Frase y lamento del que gustamos apropiarnos cuando nos parece que no somos escuchados o valorados. Nos sentimos incomprendidos profetas. Pero no caemos en la cuenta de que las ideas o propuestas ajenas pueden ser tan geniales como las nuestras; no tenidas en cuenta precisamente por nosotros. Aquí viene bien aquello de “tratad como queréis ser tratados.”
Y “no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a unos pocos, aquellos que libres de prejuicios y suspicacia supieron ver en él algo más que un simple paisano.
Abiertos a la sorpresa, a la admiración y a lo nuevo, no desdeñemos escuchar al más pequeño ni al diferente ni siquiera al más torpe, quizá descubramos alguna chispa de luz que añadida a la nuestra nos ilumine, algún fragmento de verdad que complete el nuestro.
Sor Áurea Sanjuán Miró, OP