TAMBIÉN YO SOY NICODEMO.
Nicodemo, un sabio a los ojos de sus contemporáneos, Maestro de la Ley, miembro del Consejo Supremo Judío a quien no satisfacía su bien acreditada sabiduría ni su prestigiosa situación. Espíritu inquieto, autentico buscador de una Verdad que no encontraba en los códigos de la Ley ni en el estricto cumplimiento de los 613 preceptos que como buen fariseo conducían su vida. Buscaba una Verdad imposible pero que vislumbraba en aquel hijo de carpintero que tantas emociones despertaba y del que tantas cosas se decían y tantas señales ofrecía. Acudió a Jesús a escondidas, acudió de noche en busca de una luz que disipara las tinieblas de un vivir intachable pero falto de Vida.
Esta fue la ocasión del discurso que el evangelista Juan pone en boca de Jesús. Un discurso enigmático que produce perplejidad.
¿Qué significa nacer de nuevo? ¿Cómo volver al seno materno?
¿Qué es eso de “será levantado a lo alto”? Alzamos los ojos y nos encontramos con la mirada de un crucificado, un ajusticiado, un maldito según la Ley.
Y ¿Quién es ese Padre capaz de mandar a su hijo a la muerte para que otros vivan?
Ya lo dijo Pablo:
“Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles; mas, para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios” (I Cor 1,23.24)
Los brazos abiertos que Jesús nos tiende desde lo alto de la Cruz nos hablan de amor, de entrega, de generosidad. No es el sufrimiento lo que se magnífica sino el amor capaz de aceptar ese sufrimiento.
El padre que entrega al hijo nos habla de un amor que no tiene límites. De un amor capaz de entregar por el amado lo más entrañable y querido. De un amor infinito hacia la humanidad.
Volver a nacer es despertar en un horizonte nuevo donde adquieren su propio y mezquino valor todo aquello que magnificamos y nos inquieta. Es valorar lo que salva y humaniza, como Jesús que no ha venido a juzgar ni a condenar sino a salvar.
Podemos imaginar la perplejidad de Nicodemo ante tan extraña disertación. Pero Nicodemo no ha muerto, sigue vivo hoy en tantos que cansados de escalar puestos y saberes experimentan que estos no pueden acabar con el sinsabor y la insatisfacción.
Somos muchos los Nicodemos hastiados de la indolencia y la desgana, de la búsqueda de cosas y más cosas que al fin nos abruma creando montones de basura y seguimos de noche rodeados de tinieblas y tan escondidos que no logramos encontrarnos a nosotros mismos. Rodeados de prepotentes y “sabios” presionados por el que dirán, no damos el paso franco y abierto hacia la luz.
Como Nicodemo necesitamos urgentemente un encuentro con Jesús.