QUIERO VER A JESÚS
Unos extranjeros quieren ver a Jesús no sabemos con qué intención, pudo ser un deseo sincero provocado por la admiración de lo que se oía de Él, porque querían unirse al grupo de seguidores o quizá tan sólo les movía la curiosidad como por una atracción turística más.
Buscan la influencia de los amigos del Maestro para que les faciliten el encuentro. Un encuentro que debió marcarles. Jesús no se presta a juegos, no admite mostrarse como si de un titiritero o un mago se tratase. Encontrarse con Él nunca resulta banal. Quien desea ver a Jesús se enfrenta, como ante un espejo, consigo mismo. Ha de mirar sus propias disposiciones, sus propios deseos y proyectos. Ver a Jesús no es cuestión de mera curiosidad. Jesús no se anda con halagos ni rodeos. ¿Quieres verme, quieres encontrarte conmigo? ¿Quieres ser de los míos? Tendrás que ser, al igual que yo, como un grano de trigo que ha de morir para vivir, para fructificar y dar vida a otros, a muchos, a todos.
Por ahí pasa el camino hacia esa Verdad que tan ardientemente buscamos o deberíamos buscar si queremos tener vida. Es la respuesta de Jesús a esos griegos que desean verle. No podéis ser de los míos y permanecer en vuestro egoísmo. El egoísmo conduce a la muerte porque queda en el círculo del propio ombligo, ocultando todo aquello que va algo más allá. Es la miopía que acorta el horizonte, el árbol que impide ver el bosque. Si mi anhelo se agota en mi propio espacio, moriré. Es lo que sentencia Jesús: “Quien ama su vida la perderá”. Por el contrario, si quiero ver a Jesús tendré que cruzar mi mirada con la del otro, extender la vista a lo ancho, a lo largo, a lo alto para ver en cada uno de los que me rodean, en cada uno de los hombres y en cada una de las mujeres el rostro que Dios modeló con sus manos y que hizo a su imagen y semejanza, el rostro de Jesús. Sólo así compartiendo, repartiendo y perdiendo mi vida, la encontraré. Lo dice Jesús.
El texto nos sugiere otra reflexión. Unas personas que buscan a Jesús no se acercan directamente a él sino que buscan la mediación de sus discípulos, de sus amigos. “Queremos ver a vuestro Maestro”, le dicen a Felipe y éste se lo dice a Andrés y ambos se lo comunican a Jesús. Toda una red de amistad. Jesús, como vemos en todo el Evangelio no es alguien lejano, alguien distante que requiera la mediación de allegados para poder acercársele. Jesús es cercano, abierto y acogedor, pero el pasaje transmite una lección. El cristiano no va solo, el cristianismo es, ha de ser, una fraternidad, una comunidad de amor. Los seguidores de tal maestro han de estar entrelazados entre si y el amor mutuo es la señal que los identifica. Así lo quiso expresamente: “en esto conocerán que sois de los míos, en que os amáis unos a otros”.
Una consideración más. ¿Cómo va mi amistad con Jesús? ¿Es tan ferviente que la contagio?
Si alguien me pregunta ¿seré capaz de dar razón de mi Fe, de conducirle a Él? Mi manera de vivir, de relacionarme ¿suscita la curiosidad de conocer a Aquel que da sentido a mi vida?
Quien me mira ¿ve a Jesús?