SÓLO CON ÉL Y VIVIENDO COMO ÉL
Eran un pequeño grupo, Mateo los cuenta, once. Sólo once quedaban de todos los seguidores de Jesús. ¿dónde estaba aquella muchedumbre “que no les dejaba tiempo ni para comer”? Ya se sabe, nos enfervorizamos cundo encontramos un líder que soluciona nuestros problemas, pero lo dejamos de lado, le damos la espalda, cuando ya no alimenta nuestro egoísmo. Aquel profeta que había despertado tanta euforia, tanta ilusión ya no estaba, ya no había milagros y había miedo. Los jefes religiosos saben más y lo hicieron condenar a muerte, por algo sería. Todo había sido un bonito sueño algo que contar a los nietos o quizá algo que callar por el temor.
Sólo once del núcleo más íntimo de los seguidores de Jesús, los que habían comido y bebido con Él, antes y después de su muerte, los que habían sido testigos de tantas cosas, lo habían acompañado en momentos de exaltación y de gloria y habían sufrido con él y por él, pero vergonzosamente se habían escondido en los de angustia y tribulación abandonándolo a su suerte cuando esa muchedumbre vociferaba contra él. Los que sobretodo habían vivido con Él la cotidianidad, el día a día más o menos rutinario, caminar, enseñar y curar durante la jornada y el convertir el descanso en momentos de retiro y oración.
Ahora caminaban hacia la Galilea, allí los había convocado Jesús, pero Galilea ¿no era el lugar del ordinario devenir? ¿No suponía retomar lo habitual? ¿Qué podrían hacer sino? Pese a la fascinante experiencia de los últimos tres años seguían siendo unos hombres rudos ahora muertos de miedo y sin más habilidad que la que tuvieron y por tanto obligados al mismo quehacer que en aquel entonces abandonaron. Cierto que algo en su interior les decía que siendo todo igual era distinto. ¿No experimentaban de alguna manera su presencia viva? ¿no sentían arder su corazón? ¿no “sabían que el fracaso, la crucifixión de su Señor no podía ser la última palabra?
En lo cotidiano estaba Él. Allí les esperaba «Al verlo se postraron, pero algunos vacilaban” Algunos dudaban.
Les ocurría lo que a nosotros después de veinte siglos. Ellos eran pocos, nosotros muchos, pero el corazón semejante. Necesitamos lo sorprendente y deslumbrante, lo normal pasa a rutinario y de ahí a dejadez, abandono o cuanto menos a esa tibieza, ni frío ni caliente, que parece no gustarle al Señor.
Vacilar, titubear, dudar, no aceptarlo todo sin más es propio de quien está vivo, con la mente y el sentimiento despiertos. Es ser consciente de esa nube que se interpone y lo quita de nuestra vista. Es “aquerer quer” que tras la nube esté Él. Es sentir el hambre y la sed de algo Nuevo que nos sacie. Es desear “muéstranos al Padre”, es avivar la esperanza, que nos hace gritar Ven Señor
“Algunos dudaron», nosotros mismos dudamos, pero ello no impide que como aquellos once estemos llamados a la misión puesto que por muy seguros que estuviésemos nuestras afirmaciones de Fe no bastarían. Las afirmaciones categóricas tienen poco poder de convicción al igual que sutiles o brillantes argumentos. Es nuestra propia vida la que entra en el juego de testificar a Jesús.
Y es que el ser testigos, el ser auténticos seguidores de Jesús no requiere fortalezas y seguridades que no alcanzamos. Sólo Él tiene el pleno poder, sólo a Él se le ha dado, a nosotros solamente se nos exige «pasar haciendo el bien» Intentar que nuestra vida refleje el mensaje de Aquel que nos pone en marcha. No nos dejará solos, nos mandará la fuerza del Espíritu y Él mismo estará con nosotros todos los días acompañando e impulsando nuestro quehacer. Sólo con Él y viviendo como Él anunciaremos qué otro modo de vivir, otros valores y por tanto un mundo mejor son posibles
La venida del Espíritu nos dará la seguridad y la fortalece que necesitamos. El Espíritu está a la puerta.
Sor Áurea