Jesús es uno más entre los que se acercan a recibir el bautismo de Juan. Según los estudiosos es el primer dato histórico que tenemos acerca de él. Sabemos que en los evangelios debemos distinguir géneros literarios y elementos simbólicos del mensaje que como palabra de Dios se nos quiere transmitir.
En el pasaje de hoy los encontramos también. Los cielos que se abren nos hablan de la cercanía de Dios, la paloma que se posa sobre Jesús nos dice que está lleno del Espí y la voz del Padre nos revela la identidad de Jesús, Son modos de expresar lo que de por si es inefable. Pero la presencia de Jesús entre los pecadores es físicamente real.
Jesús formando parte de esa larga cola de los que se acercan a ser bautizos, quieren recibir el bautismo de agua, el bautismo de conversión. Su corazón está humillado y contrito. ¿Humillado y contrito también Jesús?
Se acerca a recibir un bautismo de penitencia, nosotros sabemos que no lo necesitaba ¿lo sabía él?
Jesús no juega al paripé. Es camino y Vida desde la Verdad. No es ejemplo desde la apariencia y la mentira.
El hombre justo y santo se siente pecador mientras que el pecador no percibe su mancha. Jesús es hombre justo y santo. Su carne no es aparente, sus sentimientos tampoco. ¿Debemos concluir que sintió la necesidad de conversión?
Aquí se imponen el silencio y los puntos suspensivos. Nos quedamos en el umbral. No podemos atravesar el dintel. No podemos saber qué pasaba en su interior, pero de alguna manera se nos ha revelado que vivió una intensa experiencia de Dios. Se sintió Hijo amado del Padre y supo cuál era su misión. “Para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz· Jn 18,37.
Dar testimonio de la Verdad, decirnos cómo es Dios. Ese Dios que en el Jordán percibió como Pare, constituirá en adelante todo su vivir. Ha comenzado su vida pública.
La experiencia de Jesús es también para nosotros.
Fue una teofanía que nos manifestó quién es Jesús y cuál es nuestra misión: escucharle.
Sor Áurea