UNA HISTORIA DE BUENOS Y MALOS
Es la que nos trae el evangelio de hoy. Una buena siembra infectada por la siembra fraudulenta de un enemigo. Trigo y cizaña obligados a convivir. El dueño del campo no quiere arrancar la mala hierba no sea que con ella arranquen la buena. Que crezcan juntas y en el momento de la siega ya se hará el triage.
¿Es la decisión más acertada?
Desde luego no parece que hubiese sido la nuestra, al menos la mía, más acorde con la de los criados. Nosotros, arrancaríamos los brotes de cizaña antes de que tomaran fuerza y pudiesen ahogar los buenos. Consentir que ambas semillas germinen y crezcan juntas es arriesgar seriamente el buen resultado de la cosecha. ¿No es esto evidente? ¿cómo no lo vio el dueño? Una vez más también resulta claro que los pensamientos y los caminos del Señor no son los nuestros. El hace salir el sol para buenos y malos. Hace caer la lluvia sobre el campo de los buenos y sobre el campo de los malos.
No hay que arrancar al malo que no sabemos si lo es, no hay que condenarlo porque el juicio solamente pertenece a Dios que ama a todos y quiere que todos se salven.
El Señor no quiere ghettos. No quiere el barrio de los buenos y el barrio de los malos. Todos son, todos somos sus hijos y como hermanos tenemos que convivir. El “bueno”, a lo mejor, no lo es tanto como se cree él o le hacen creer los aduladores y el “malo” puede que tampoco lo sea tanto.
Quizá es que me molesta su manera de ser tan diferente a la mía, quizá simpatiza con un partido político antípoda del que yo milito. Quizá su línea de pensamiento traza una dirección contraria a la mía o quizá, concedámoslo, sea “realmente malo” sus frutos así lo certifican y así lo juzgamos y hasta condenamos nosotros que no somos capaces de diferenciar el hacer del ser.
¿Quién me ha nombrado juez?
Juzgar pertenece solamente al dueño de la finca, a Dios.
Cada uno en nuestro propio campo, en nuestro propio ser, tenemos brotes de cizaña que hemos de ser capaces de reconocer y aceptar con paciencia mientras procuramos debilitarlos antes que ver, juzgar y condenar la paja en el ojo ajeno.
La decisión del dueño no parecerá la adecuada pero es un alegato contra la intransigencia y la intolerancia. Es también una apuesta en favor de la esperanza y la confianza. Los “buenos”, son tan buenos que fermentarán toda la masa, su semilla será tan fértil que se convertirá en el arbusto capaz de albergar a los pájaros que anidarán en él. Los “buenos” lo serán tanto que ahogarán el mal, contagiarán el bien y con él la alegría la paz y la bondad. Por su parte los «malos» tienen la mecha humeante, todavía capaz de despertar nuevamente la llama.
En todo caso ya llegará el tiempo de la siega entonces será la ocasión para escoger y diferenciar en gavillas distintas, Las buenas para almacenarlas en los graneros, las malas para echarlas al fuego. Ese que aquilata. ¿Os imagináis al Padre Dios, manejando un fuego destructor? El fuego de Dios es ese que Jesús vino a traer a la tierra, el que purifica y salva.
Sor Áurea