Parece que Jesús quiere sondear a sus amigos y prepararlos para el grave anuncio. Un anuncio que va a truncar sus expectativas de un líder triunfador y glorioso.
– “¿Qué dice la gente de mí?”.
– “Unos dicen que eres Juan el que bautizaba en el Jordán, otros que eres Isaías el profeta”
-“Pero vosotros ¿Quién decís que soy yo?”
Pedro como siempre, se adelanta:
-“¡Tú eres el Mesías!“
– “Sí, callaos, no lo gritéis, pero ¿sabéis qué clase de Mesías? No el que soñáis. El Hijo del Hombre va a ser machacado, será como el Siervo de Yahvé. Lo matarán… resucitará”
Y otra vez el impulsivo Pedro salta a la palestra: “¡No digas eso!”. Y Jesús se lo aparta de un empujón. Otra vez la tentación de aquellos cuarenta días en el desierto. “Pedro, eres como Satanás y piensas como los hombres y no como Dios.”
“Como los hombres”. Como tú y como yo. Al igual que Pedro nos cuesta aceptar lo que no comprendemos y a la par nos negamos a comprender aquello que por principio no aceptamos. Nos cuesta acoger a ciegas aquello que se nos dice ser voluntad de Dios, es lo que ocurrió a Pedro. No entiende que a su Maestro tenga que ocurrirle eso que anuncia y menos que eso sea el querer de Dios. ¿No será suya la razón? ¿No lo vemos también así cuando nos sobreviene algún problema o sufrimiento insuperable? Lo vemos así porque nuestro pensamiento y nuestro corazón no sobrepasan los límites humanos. “Piensas como los hombres”. Ciertamente, “Dios no quiere la muerte (el sufrimiento) del pecador sino que se arrepienta y viva.” “Cuánto le duele al Señor la muerte (el sufrimiento) del justo”. El dolor no es lo que Dios quiere, lo que Dios quiere es la superación, la resurrección. El dolor, la desgracia, quedan en el ámbito de la naturaleza con sus propias leyes, leyes que siguen su devenir natural, su proceso de crecimiento y degradación. El dolor la desgracia, quedan en el ámbito de la libertad humana cuando se produce a causa de una elección errónea. Cuando en el uso de mi libertad opto por aquello que me perjudica o daña. El dolor y la desgracia quedan también en el ámbito de la libertad de otros, cuando son otros y quizá yo con ellos quienes optan por el mal o simplemente por la falta de cuidado sobre individuos o colectivos, sobre ese complejo que denominamos ecología. No hablamos de culpables pero sí de resaltar que la voluntad de Dios, “su gloria, es que el hombre viva”, es el reto de resurgir de las cenizas del sufrimiento. Pedro no podía entender, tampoco nosotros, lo entenderá, lo entenderemos después, cuando el Espíritu nos lo enseñe todo.
Pero ¿quién es Jesús? ¿Quién decimos que es? Nos lanzamos, como Pedro, a responder con una rotunda afirmación de Fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. ¿Es la respuesta que Jesús espera? Ciertamente no. A menos que esa respuesta surja de un corazón limpio y sincero, a menos que la confesión de fe no quede en los labios sino que sea refrendada con un modo de ser y de vivir coherente con el del Maestro. No es lo que digo, es mi vida quien responde.
Si queremos seguir a Jesús, Él nos invita: “El que quiera seguirme que tome su cruz y se venga conmigo”. Tomar nuestra cruz. Nuestro sufrimiento, nuestros problemas, sea cual sea su causa, pero no olvidemos que la voluntad de Dios es que surjamos de ellos como su Hijo, resucitados.
Sor Áurea Sanjuán, op