¿613 MANDAMIENTOS O UNO SOLO?

 

A Jesús se la tienen jurada. Esta vez son los fariseos quienes pretenden “tenderle una trampa”.

– “Maestro ¿Cuál es el principal mandamiento de la Ley?”

Los judíos tenían 613 mandamientos que cumplir, todos con el mismo rango de obligatoriedad. Solían priorizar el sábado pero no debían obviar todo ese galimatías de prescripciones y prohibiciones de los 612 restantes.

La cuestión pues, no era banal, los israelitas sinceramente piadosos debían tener sus problemas porque además todos estos preceptos venían con la etiqueta de mandato divino, pese a que el propio Jesús, en otras ocasiones salió en defensa de su Padre Dios que lejos de ser, como pudiera parecer, un agobiante dictador es un Padre bondadoso y cariñosamente cuidador de cada uno de sus hijos. ¿No escuchamos esa reconfortante palabra:  

– “¡Cuántas veces quise cobijarte como la gallina cobija a sus polluelos bajo sus alas…!”

Y aquellas otras reprochando a los dirigentes:

“¡Echáis pesados fardos sobre las espaldas de la pobre gente y vosotros no empujáis ni con un solo dedo!”

Y «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres”. (Mc 7.1-13)

Con la pregunta pretenden que Jesús de un traspié, pero como siempre él zanja sagazmente la cuestión: “No hace falta, viene a decirles, que os arméis tanto embrollo”. La voluntad de mi Padre es que seáis felices no que andéis estresados con tantas minucias. Sólo hay un mandato desplegado en dos: Ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu mente con todo tu ser y ama a tu prójimo. El primero y principal es el amor a Dios, el segundo, el amor al prójimo es semejante al primero, por tanto tienes que amar a tu hermano con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser.

El Maestro ha simplificado, pero nos ha complicado, solamente tenéis que hacer cuenta de un mandamiento, el del AMOR.

Pero ¿se puede mandar el amor? ¿Puede surgir un sentimiento, una emoción por obediencia a un mandato venido del exterior, por muy divino que sea? Evidente y rotundamente no. El Evangelio no ordena ni sugiere imposibles y éste sería uno de ellos. Nos manda amar pero no enamorarnos, no exige la atracción y seducción que ello supondría. No exige una emoción ni un sentimiento.  Nos pide amar con todo el corazón, con toda la mente, con todo el ser a Dios y de manera SEMEJANTE al prójimo. El enamoramiento, la ternura, la compasión además de no poderse forzar, movilizan sólo parte de nuestro ser. El amor que Jesús nos pide es poner en juego todo aquello que purifique mi corazón, que clarifique mis ojos, agudice mi oído y rompa mi egoísmo.

Un corazón limpio es un corazón libre de prejuicios y de convencionalismos. Una mirada clara y limpia ayudará a ver de manera objetiva las circunstancias que han rodeado y configurado al otro y con ello surgirá la comprensión y quizá la empatía; un oído sano no se prestará a escuchar «chismes» y maledicencias; la ausencia de egoísmo me ayudará a comprender algo muy importante, lo que del prójimo me molesta y hasta me exaspera no necesariamente ha de ser condenable, puede que simplemente sea diferente. 

A Jesús quieren tenderle una trampa y él nos da una lección magistral. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios.

Aprender esa lección supone toda una campaña de desinfección y purificación. Supone barrer, sacudir polvos y telarañas del corazón. Supone baños oculares de manzanilla y gotas revitalizantes que limpien de impurezas y legañas nuestros ojos. Supone visitar al otorrino y graduar adecuadamente los audífonos para una escucha sin interferencias malsonantes. Así amaremos a Dios y amaremos al prójimo. Seremos felices y haremos felices a cuantos nos rodean.

Sor Áurea Sanjuán 

 

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