¿PARA QUÉ EL HOMBRE,
¿SI HA DE MORIR DEL TODO?
Los saduceos, un grupo dirigente más político que religioso quieren poner en evidencia a Jesús. Quieren ponerle la zancadilla ridiculizando la creencia en la resurrección de los muertos. ¿Qué hay después de la muerte? Un tema muy controvertido entonces pues se iba abriendo paso la creencia en un más allá, en una vida que perdura después de traspasado el umbral de la terrena. Para los fariseos era cierta una supervivencia para los saduceos creerlo resultaba una estupidez y en consecuencia plantean una estúpida cuestión. Si una mujer siete veces viuda, siete veces casada sucesivamente con cada una de sus siete cuñados, cuando llegue la resurrección de los muertos ¿De cuál de los siete será esposa?
Jesús ignora lo estúpido del planteamiento y responde atendiendo a lo profundo de la cuestión afirmando su fe en un Dios de vivos y no de muertos, desmontando el burdo argumento saduceo: “En esta vida los hombres y mujeres se casan, y los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán pues ya no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios porque participan en la resurrección”. Es como si a la pregunta actual de si hay vida después de la muerte respondiera con un categórico “sí, pero de otra manera”
Hoy no discutimos este asunto. Unos creen y otros no y entre civilizados se respetan unos a otros. No hay discusiones o al menos no son relevantes, no llenan como entonces el espacio social. Y esto se debe en un mayor porcentaje a que la cuestión religiosa está a la baja, nos movemos en un ambiente secularizado y la religión y sus dogmas se recluyen en el ámbito privado pero lo cierto es que esta cuestión nos cosquillea por dentro. “No queremos acabar como el ganado” escucharemos de un pensador que al parecer se rebela contra su propio increencia y manifiesta el anhelo que acompaña desde siempre a la humanidad.
El evangelio de hoy nos fuerza a reflexionar sobre uno de esos temas, el más fundamental, de los que decimos que por no poderse decir es mejor callar.
¿Qué pensamos cuando un ser querido se va o cuando advertimos que somos nosotros mismos los que ya nos vamos yendo? ¿Cómo consolar a quien ha perdido a alguien muy suyo?
Difícil responder si lo queremos hacer con rigor. Contestar con tópicos, lugares comunes o frases hechas es fácil pero muy difícil encontrar razones para demostrar lo que afirmamos, aunque igualmente difícil encontrarlas para negarlo. Lo cierto es que nos movemos en planos distintos, en cuestiones de fe es preciso atravesar la frontera que nos sitúa en otro nivel.
Creemos aquello que deseamos, porque creer, aunque no es irracional está más cerca del corazón que de la razón. Y porque creemos lo que deseamos y porque los sentimientos son lo que tiñen de religiosidad nuestro vivir, al pensar y al hablar de las realidades divinas o sobrenaturales, por muy objetivamente definidas que estén cada uno las decimo a nuestra manera que siempre es distinta de los otros.
Es preciso aprender a relativizar que es aprender a respetar y no tiene nada que ver con el relativismo negativo. Mi imagen de Dios, del cielo, de la vida futura, si es que creo en ello, será diferente pero tan válida como la de los demás creyentes. El Verbo se encarnó en una doncella de Nazaret, pero también en cada uno de nosotros por eso una misma fe, una misma doctrina se reviste de la subjetividad de cada uno. Mi Dios es el mismo que el tuyo, el cielo que espero el mismo que esperas tú, pero cada uno lo expresamos y lo describimos de diferente modo.
“¿Para qué el hombre, si algún día hemos de morirnos del todo?”
Lo que caracteriza al hombre, al hombre concreto, que come y bebe, que se alegra y llora, que sufre, que ama y odia, es su anhelo, su hambre de inmortalidad.
¿Será saciada esa hambre?
Quedémonos con la afirmación de Jesús:
Dios es un Dios fe vivos y no de muertos.
Sor Áurea