COMPASIÓN

LA ENFERMEDAD QUE MATÓ AL MISMÍSIMO DIOS

“¿Sabes cómo murió? Fue la compasión la que lo estranguló”

«De la compasión hay que huir como de la peste» .

De cómo huir de la peste lo sabemos ahora, muy bien: Distancia, mascarilla, higiene.

Que debamos protegernos de igual manera de la compasión no está tan claro.  Las citas son del explosivo y enigmático, con frecuencia sino mal al menos si superficialmente interpretado y muchas veces o siempre llevando el agua al propio molino, Nietzsche. El pobre loco que en su locura nos puso el dedo en la llaga. Lo cual debiéramos agradecer. Pero no es lugar ni momento. Aquí hablamos de Jesús. Y de Jesús nos dice el evangelio de este domingo que “sintió lástima” es decir se compadeció, tuvo compasión.  Es clara la contradicción.

¿Por qué habría que huir de la compasión?

 “Porque denigra a quien compadece al ubicarle en una situación superior y al compadecido al considerarlo débil e incapaz de solucionar sus propios problemas”.

Ese tipo de compasión no es el nuestro, no es el cristiano, no es el de Jesús.

Jesús “toca” al enfermo y tocar, en este contexto y por los vocablos empleados significa “abrazar” “abrazo prolongado” en suma, que Jesús se fundió en un abrazo intenso y fuerte con aquel hombre, un abrazo de los de antes, en los que nos fundíamos con el niño, con la madre, con el amigo, con la persona querida. Un abrazo que no hace ascos de virus contaminantes ni de normas paralizantes.  Uno de esos abrazos que liberaban endorfinas de felicidad.

«Compasión significa » Con-pasión» «con-padecer», «padecer con» también en versión más libre, «disfrutar- con”, “apasionarse», «sentir pasión,» sentir amor», «enamorarse».

En definitiva, Jesús se enamoró de aquel pobre hombre que vagaba por la soledad y el aislamiento, forzado a gritar «¡Impuro, ¡impuro!» Ante tan denigrante situación ¿Cómo no sentir lástima? el corazón humano de nuestro Maestro no puede permanecer impasible.

La compasión de Jesús, la compasión cristiana no denigra, no humilla, sino que sana, cura dignifica, limpia. «Quiero se limpio”, quien se acoge a ella no lo hace desde la indignidad sino desde la confianza y la seguridad de sentirse en territorio amigo. ‘si quieres, puedes limpiarme”, En nuestro espacio no hay altos y bajos, todos medidos por el mismo rasero del amor que salva y enaltece,  el que según Zaratustra mata, según Jesús vivifica.

Jesús tiene lástima, tiene compasión no hace ascos ni de la situación de aquella persona ni de las normas que impone lejanía. Jesús tiene las cosas claras, no ha venido a abolir la Ley sino a darle cumplimiento, es decir, a completarla, a colocarla en el lugar que le corresponde, siempre en segundo plano con respecto al hombre. Por eso primero abraza y cura luego manda presentarse al sacerdote para cumplir la legalidad.   Aunque, precavido él, le advierte “no cuentes a nadie lo que ha pasado”, fue una invitación a la complicidad, los dos tenían algo que esconder. El leproso rompió su aislamiento al acercarse y dejarse abrazar, Jesús debería haberse distanciado, debería haber huido, no de la compasión, pero sí del contagio. Por tanto “callemos que esto quede entre tú y yo”. ¿Callar? Habría que ver a aquel hombre preso de la euforia gritando a pleno pulmón que estaba limpio, estaba curado y había recuperado la dignidad y la legalidad. Ya no contagia impureza sino alegría.

Si dolorosa había sido su exclusión social, mucho más insoportable fue saberse excluido de Dios. La enfermedad, la desgracia era consideradas un castigo divino «¿! ¿Quién ha pecado, él o sus padres?». La actitud de Jesús con respecto al leproso no fue una simple y comprensible conmoción psicológica. A cualquiera de nosotros nos asomarían las lágrimas a los ojos al contemplar el desamparo de aquellas pobres personas, pero la reacción de Jesús nos está mostrando algo mucho más importante, la nueva imagen de Dios.  Dios no excluye, no condena, no desprecia, sino que abraza a quien le grita desde el fondo del abismo al que le ha precipitado no sólo la desgracia sino quizá también la culpa. Ciertamente al Dios del Antiguo Testamento ya se le llama el Compasivo y ya se nos muestra «piadoso y clemente» pero la actitud de Jesús va mucho más allá, su misericordia no se limita a quien le invoca sino al hijo que se aleja para dilapidar su herencia, a la oveja que perdida arriesga la seguridad de las noventa y nueve que quedan en el aprisco mientras el Pastor se dedica a intentar rescatarla. Sí, Dios no excluye, no castiga, abraza. Dios tiene corazón, tiene lástima, tiene compasión. No hay que huir, sino asumir la compasión. La compasión mata a Dios, pero es al dios terrible y vengativo, dios de nuestra ficción, ese dios con el que justificamos nuestros resentimientos, repugnancias y miedos, al dios ídolo que fabricamos con nuestra sin razón y dureza de corazón.  Sí, hay un dios, un ídolo, al que estrangular con la compasión y un Dios al que revitalizar en cada uno de nosotros, el Dios de la bondad y la misericordia. El Dios Padre, hermano y amoroso que pende de la Cruz.

Sor Áurea   

 

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