UNA HISTORIA DE BUENOS Y MALOS
Seguimos hablando de oración. Hoy se nos muestran dos modos de oración que en realdad son dos maneras de vivir. La oración no es un compartimiento aparte. No es posible “hacer oración” desligada de la vida. Nuestra manera de vivir de pensar de sentir configura nuestra oración y a la inversa la oración acaba configurando nuestro modo de vivir.
Hoy lo vemos en las dos figuras que nos presenta la parábola, la del fariseo y la del publicano. La del bueno y el malo.
El fariseo está seguro de su buen vivir. Cumple todo lo que manda la Torá, vive y actúa exactamente como exige la Ley, paga sus impuestos al templo, ayuna y da limosna. Puede presumir y presume manteniéndose en pie en lugar preferente y vistoso. Nadie le va a poder señalar falta alguna. Además acude al templo a orar y su oración es de acción de gracias, da gracias porque no es como los demás. Él es meticuloso en la observancia de todos y cada uno de los preceptos y se jacta de ello. Se siente tan satisfecho de sí mismo que desprecia a los demás, no tiene un ápice de empatía ni de misericordia. Por eso al orar lo hace ostentosamente no tiene por qué esconderse ni de qué humillarse sus obras son intachables, su conducta perfecta. No c como la de ese pobre pecador que hincado de rodillas no se atreve ni a levantar la vista.
Por su parte la oración del publicano es muy distinta. Ha entrado al Templo pero se queda en el cancel escondido detrás ce la puerta, no merece acercarse al altar, además tiene miedo. Es un pecador, extorsiona a la gente obligándola a pagar impuestos al pueblo invasor. ¿Qué va a hacer? Es su modo de vida, es el pan de sus hijos pero tiene miedo a Dios y a los hombres. No merece el perdón y sí la repulsa incluso violenta de sus compatriotas a los que traicionado aliándose con los romanos. Por eso reza: «Dios, sé propicio a mí, pecador»
Se evidencia como nuestra oración es reflejo de nuestra vida de nuestro ser y actuar Según somos oramos . El fariseo jactancioso en su vivir lo es también en su oración El publicano avergonzado de su vida manifiesta su vergüenza en su modo de orar
La parábola termina con una escueta sentencia “Este quedó justificado y aquel no” Es decir, el que se considera y consideramos bueno resulta ser el malo a los ojos de Dios y al que se tiene y tenemos por malo es a los ojos de Dios el bueno.
¿Qué ha pasado? Los dos tienen su razón el fariseo se siente justo y lo es, el publicano se siente pecador y lo es.
Lo que ha pasado es que nosotros juzgamos por la apariencia pero el Señor escudriña el corazón. Su criterio no tiene nada que ver con los nuestros.
La tapadera de las buenas obras, del cumplimiento esconde un interior jactancioso y engreído. Corroído por el desprecio hacia los demás y su acción de gracias no lo es por lo que el Señor le da sino por lo que el mismo es capaz de hacer, El Señor que indaga el corazón lo ve como “un sepulcro blanqueado”
En cambio el pecado del publicano esconde un corazón contrito y humillado Se reconoce pecador y se sabe necesitado de la misericordia de Dios
El fariseo es reprobado no por su fiel cumplimiento de la ley sino por su engreimiento y su desprecio hacia los demás.
El publicano es justificado por la humildad y sencillez con que reconoce su mal proceder- Merece la misericordia y el perdón
¿En qué va para nosotros esta historia?
Encontramos un tanto de caricatura o exageración al presentar a estos personajes por lo que nos resulta difícil aplicarnos el cuento. Ni nos sentimos tan perfectos ni tan vanidosos como el fariseo ni tan pecadores como el publicano.
El relato de Jesús va dirigido hacia aquellos que creyéndose buenos desprecian a los demás.
Parece que no importa tanto lo que hacemos o dejamos de hacer como nuestro sentimiento y nuestra actitud ante Dios y ante los otros. En esa actitud está el criterio que nos califica o descalifica.
Tenemos que revisar y quizá cambiar nuestros conceptos de bueno y malo para hacerlos coincidir con los de Dios.
¿Hemos caído en la cuenta de que el mejor regalo que podemos hacer a otro es pensar bien de él?
Sor Áurea