¿CÓMO ALABAR A UN CORRUPTO?
¿Cómo alabar a un corrupto? La narración de hoy nos deja perplejos y es que la parábola conecta con situaciones actuales que consideramos abusivas, deshonestas y condenables.
Solamente lo podemos entender si tenemos en cuenta que no se alaba la corrupción sino la maña, la habilidad, la diligencia con que el administrador solventa su situación, ya lo dijo Jesús en otra ocasión, “los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz”.
Se dice que, como en otras ocasiones, Jesús aprovecha para exponer su enseñanza sobre algo que habría sucedido y que estaba en boca de todos.
Viene a decir: “Eso que os contáis unos a otros, que cuchicheáis en corrillos señalando con el dedo, no lo empleéis para alimentar el morbo, buscad más bien si tiene algo de lo que aprender, no está bien lo que hizo el administrador pues lo que se busca en un administrador es que sea fiel, pero sí aprended su sagacidad y su ingenio. Aprended de su actitud despierta y espabilada, son cualidades necesarias para propagar el Reino, para hacer de nuestro mundo un mundo algo mejor. Acomodados, pasivos, resignados o indolentes no se construye nada, no se realiza la misión.
El administrador hizo mal dilapidando o apropiándose los bienes que no eran suyos, pero demostró inteligencia ganándose amigos que le apoyasen en el momento de la crisis.
También nosotros somos administradores, a cada uno desde nuestro puesto y condición se nos ha confiado la misión de ser luz y sal, de repartir gratis lo que gratis hemos recibido, pero no siempre administramos bien lo que se nos ha confiado y reconocemos que no son los que vivimos momentos “buenos” para la Iglesia contra la que se descubren y airean las incoherencias de algunos de sus miembros, pero quizá sean los mejores tiempos para darnos un baño de humildad y despertarnos de ese sueño sobre los laureles que tanto daña el mensaje de Jesús que deberíamos proyectar. No siempre hemos sido buenos administradores y se ha sabido. Hemos querido servir a dos señores y hemos fracasado. Es preciso espabilar y ponernos en marcha, disipar las tinieblas, encender la Luz del Evangelio y colocarla en lo alto para que alumbre a todos los de la casa. En cuanto Iglesia deberemos pedir perdón por los malos administradores pero también poner en valor la innegable abnegación y entrega de tantos hermanos, auténticos seguidores de Jesús que pasan silenciosos. Ignorados por los medios de comunicación.
No miremos para otro lado, ni lo bueno ni lo malo que nos rodea ha de distraer nuestra atención sobre nosotros mismos, esta vez sí debemos ocuparnos de lo propio aunque no como Narciso sino para preguntarnos: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?» (1ª Cor 4,7)
¿Qué tal administrador soy? ¿Dilapido y malversó las cualidades y la gracia que he recibido, o más bien la hago fructificar?
Sor Áurea Sanjuán, op