¿QUIÉN ES ÉSTE?
La jornada ha sido agotadora pero la tarea no está terminada, hay que continuarla en la otra orilla. Como un hombre cualquiera, como cualquiera de nosotros, aprovecha el trayecto para echar una cabezada, pero el cansancio es tal que acaba sumido en un sueño profundo, tan profundo que lo mantiene ausente de la realidad. No se entera de lo que está pasando a su alrededor. Los discípulos impotentes y acobardados ante el enfurecido oleaje que amenaza ya con tragarse la embarcación y exacerbados al verlo felizmente dormido le gritan:
“Maestro ¿no te importa que nos hundamos?”
“se puso en pie, increpó al viento y ordenó al lago: “¡Silencio, cállate!”
De pronto a la tempestad siguió la calma. Sobresaltados, incapaces de procesar tanta emoción exclamaron “Pero ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”
El relato nos interpela también a nosotros. ¿quién es éste?
Vemos a un hombre que vencido por el cansancio ha perdido el nivel de alerta por lo que no percibe el peligro en el que se encuentran, peligro que desaparece inmediatamente ante el estruendo de su voz. Un imperativo capaz de domesticar las salvajes y desatadas fuerzas de la naturaleza.
¿Quién es este? ¿Un hombre débil vencido por el cansancio o un Dios todopoderoso?
La narración tiene 2000 años y hasta hoy han corrido ríos de tinta.
De Jesús se ha dicho todo y de todo acerca de su existencia y de su identidad, en pro y en contra de su mensaje, desde que es una figura mitológica inexistente para la historia hasta el actual y prácticamente universal consenso que afirma la existencia de un tal Jesús de Nazaret.
Durante los primeros siglos del cristianismo surgieron influyentes grupos, como el de los docetas que defendían la idea de un Dios con apariencia de hombre.
El concilio de Calcedonia en el año 451 dogmatiza que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre zanjando así, al menos para los creyentes, la cuestión de la divinidad y la humanidad del Profeta de Nazaret.
De su mensaje se dice que entontece y debilita, que es opio para el pueblo, otros en cambio afirman que ennoblece y da su verdadero valor al hombre que lo abraza y cumple.
Pero no sigamos por estos vericuetos que nos apartan del propósito de una modesta reflexión y preguntémonos “¿Quién es éste?”
¿Qué respondemos nosotros? ¿Cómo lo percibimos?
No nos quedemos sólo con la necesaria respuesta teológica, busquemos también la práctica, la vital, la de ir por casa, la nuestra:
¿Quién es este para mí? ¿Cómo incide en mi vivir?
¿Es Jesús mi modelo, mi camino y mi vida?
Hay otras consideraciones sugeridas por el fragmento de hoy que afectan a nuestra parte emocional. En ocasiones, especialmente las dolorosas o conflictivas, sentimos crecer nuestro ánimo con esas palabras que, siendo un reproche, inspiran confianza y seguridad:
“¿Por qué sois tan cobardes? ¿aún no tenéis fe?”
So Áurea Sanjuán Miró, OP