Se quedaron viendo visiones

Es la frase con la que termina el fragmento de este domingo y que evidencia el estilo claro y directo del evangelista Marcos. “Se quedaron viendo visiones” es una manera coloquial, de expresar la perplejidad en que se sumen los testigos no solo por los prodigios que presencian sino porque perciben el favor de Dios y no la condenación sobre aquellos que a todas luces están vulnerando la Ley. Y es que en el relato de hoy todos la quebrantan, Jairo, la mujer enferma y el propio Jesús.

Jairo, jefe de la Sinagoga en la que ya se rechaza a Jesús, desesperado porque su niña se le muere, cae en la incoherencia de acudir en busca de ayuda a quien la institución que preside condena.

La mujer harta de humillaciones, sufrimiento y de haber gastado en vano toda su hacienda siente que su último recurso está en saltarse todas las normas legales que la estigmatizan, acercarse y tocar a ese profeta que anda por ahí curando a todos. Esta mujer es prototipo del marginado y excluido. Para hacernos cargo de su situación es bueno traer a cuento la legislación del Levítico que regía en aquel momento:

«La mujer permanece impura cuando tenga su menstruación o tenga hemorragias;

todo lo que ella toque quedará impuro,

así como también quien entre en contacto con ella».

Según esta prescripción. Su decisión de abrirse paso entre la gente y tocar, aunque solo sea el manto de Jesús implica un riesgo considerable pues todo aquel con quien se roce quedará impuro y sobre ella caerá todo el peso de la ley por haberlo provocado.

Todas estas ordenanzas no excluyen a Jesús que sin embargo se deja tocar por la mujer impura y a su vez toca el cadáver de la niña.

Jairo y la mujer quebrantan el mandamiento por desesperación y buscando remedio y salvación, Jesús por misericordia y compasión.

Vemos que Jesús sigue con sus andadas, aquellas que hicieron que fuese tomado por loco, sigue quebrantando la Ley una Ley que no ha venido a abolir sino a perfeccionarla y es que Jesús no reconoce legitimidad a un mandato, por mucho que se diga que es de Dios, cuando maltrata o desprecia al hombre. La ley es legítima siempre que lejos de oprimir o esclavizar al ser humano, a todo ser humano, lo libera y ayuda a crecer y a madurar. Es aquello de “El sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado”.

Este episodio pone de manifiesto la sensibilidad de Jesús

“¿quién me ha tocado?”

“pero ¡Maestro! si andas apretujado por una muchedumbre

y preguntas quién te ha tocado?”

Jesús sabe que todos los acercamientos a Él no son iguales. Hay quien se acerca por la presión social de su entorno, hay quien lo hace por rutina, porque así se lo enseñaron de pequeño y sigue sin mayor planteamiento, otros por curiosidad para ser testigos de los milagros que les han contado y hay quien, entre todos estos motivos espurios, lo hace con sinceridad y fe, porque sabe que solo en Jesús encontrará la salvación que necesita.

Este es el caso de esta mujer y Jesús lo percibe, de él ha salido esa fuerza misericordiosa que no se resiste ante quien, marcado por el desprecio y la humillación, “desechado como cacharro inútil”, pone en Él su fe y su confianza”

Todo esto sucede mientras van de camino a la casa de Jairo, el padre a quien se le está muriendo su pequeña, éste camina acongojado a la vez que ansioso y confiado, ha sido testigo de la curación de esa mujer, pero le salen al paso los agoreros, los que anunciando males o muertes disuaden de toda esperanza. “No molestes al maestro, tu hija ha muerto” pero Jesús, una vez más alienta a la vida. “No temas, confía, “basta con que tengas fe”.

Al llegar y oír el griterío de lloros y lamentos, los echa a todos a cajas destempladas: “¿Qué alboroto es este? La niña no está muerta, está dormida” y todos se reían de él.

No permitió que nadie le acompañase, tan solo los padres y sus tres amigos, los padres transidos de dolor y de esperanza, los amigos incondicionales en su adhesión, pero para los burlones, frívolos y curiosos no hay sitio.

Sin hacer ascos, sin miedo a contaminarse y quedar impuro, toma de la mano a la muchacha y le ordena “Niña, a ti te lo digo ¡levántate!” Jesús no hace solo sus prodigios, su salvación no es por arte de magia, nos exige algo de nuestra parte, “levántate, haz ese pequeño esfuerzo, colabora”, “el que te creó sin ti, no te salvará sin ti” nos dirá san Agustín.

La niña, con sus doce años, plena de vida, de gracia, echó a andar” No sabemos su nombre, su anonimato nos indica que podemos ser cualquiera de nosotros, a ti, a mí, a cada uno nos dice “levántate” haz algo, “te basta mi gracia”.

Jesús, lleno de humanidad les dice: “dadle de comer” Y “todos se quedaron viendo visiones”

Sor Áurea Sanjuán Miró, OP

Publicaciones Similares