LA MUJER QUE NUNCA MÁS TUVO SED
En pleno auge de la reivindicación de la mujer el evangelio nos presenta a una muy peculiar que se hizo amiga de Jesús y es que Jesús vino para todos y todas. El no hace ascos de las etiquetas denigratorias y esta mujer las llevaba todas puestas.
Si nos situamos más de veinte siglos atrás quizá calibremos lo que entonces significaba ser mujer cuando ni éstas ni los niños contaban. Además era samaritana y por tanto hereje y por colmo había tenido cinco maridos y el de ahora no lo era. Una circunstancia que hoy no estaría tan mal vista, pero en la época suponía la exclusión social. De hecho los amigos de Jesús se escandalizaron de encontrar a su maestro hablando a solas con una mujer, hereje y de mal vivir.
La historia la conocemos, Jesús está cansado, sentado junto al manantial mientras sus discípulos han ido a buscar provisiones. Tiene sed pero no tiene cubo y el pozo es profundo, pide agua a la mujer, ésta coquetea: “¿Tú me pides de beber a mí que soy mujer, que estoy sola y soy samaritana?”
Pero a Jesús no le arredran las apariencias porque no repara en ellas. Su mirada va directa al corazón y en el de esta mujer descubre una piedra preciosa empañada por la mentira y el equívoco de buscar en cisternas ponzoñosas el agua que reclama su sed.
Si conocieras el don de Dios… si cocineras quién te ofrece ese don…
Si me conocieras a mí serías tú quien me pedirías de beber a mí. Pero buscas fuentes que no sacian, si bebieras del agua que yo puedo darte, no volverías a tener sed jamás.
Con todo no es fácil dejarse inundar.
La samaritana intenta zafarse, desviar la conversación y la mirada de aquel forastero que había logrado escudriñar su inquieto corazón.
La pregunta parece profunda pero Jesús la considera banal.
-«¿Dónde hay que adorar?»
– Calla, mujer, no te pierdas con bagatelas. Lo importante no es el lugar, lo importante no son las circunstancias, lo importante no es la letra que mata, la tradición ni la parafernalia. Para adorar al verdadero Dios no hace falta desplazarse y menos enredarse en disquisiciones vanas. Adora a Dios en tu propio corazón, en espíritu y en verdad.
El encuentro con Jesús cambió la vida de aquella buena mujer. Abandonó para siempre su cubo y su cántaro porque nunca más tuvo sed.
Sor Áurea Sanjuán, op