El párrafo de hoy nos puede parecer excesivo. Manda a los suyos sin un céntimo, con la mochila vacía.
Los manda, eso sí, de dos en dos, juntos las dificultadas se superan mejor, el camino resulta menos peligroso, la esperanza y la fe crecen por el estímulo mutuo y el protagonismo personal y egoísta se comparte. Extender el Reino no es tarea mía, en solitario, sino de la comunidad. Los éxitos no son míos, sino de la comunidad y a esta la preside Jesús.
Los manda a predicar la buena noticia. Tienen que anunciar a todos la inmensa riqueza del Reino que viene, que llega, que ya está. Lo tienen que anunciar por sus propios medios, nunca mejor dicho, solo su propia vida, su propia palabra y la fraternidad. Nada más.
Es lo que nos está diciendo constantemente, no atesoréis, confiad, el Padre sabe lo que necesitáis, El mismo no tiene donde reclinar la cabeza.
Así es el encargo que Jesús nos hace y la manera que nos exige.
Una exigencia que genera quimeras ¿Cómo mostrar lo esplendoroso del reino, la riqueza que supone el vivirlo, calzando alpargatas?
Una vez más el contraste es patente. Nosotros mismos, los que nos sentimos llamados, los que queremos divulgar y contagiar la Buena noticia del Reino, no nos ponemos en camino sin la mochila cargada de seguridades. Repleta también de lo superfluo y si es posible suntuoso. Y lo justificamos como absolutamente necesario para la supervivencia propia y la eficacia. ¿Cómo comunicar sin un iPhone, convocar sin whatsapp, sin redes sociales? Como llegara los lugares sin un Audi?
Ya lo dice Jesús «mi reino no es de este mundo», no es como los de este mundo, mis bienaventuranzas no son la felicidad que esperáis. Seguirme es vivir contracorriente, con los calcetines vueltos del revés.
Quienes intentamos este camino intuimos, incluso saboreamos, la felicidad, por eso estamos alegres, nos amamos, perdonamos, nuestros enfados y rencillas no dudan.
Nos damos la mano caminamos juntos. Nos sentimos acompañados por Aquel que nos convoca y disfrutamos de la fraternidad.
Sor Aurea Sanjuan