Ante una despedida el sonar de esta canción nos llena de emoción y de congoja.
Si un amigo se va queda un vacío que ningún otro amigo puede llenar. Queda un tizón encendido que nada lo puede apagar… queda un árbol talado que ya no vuelve a brotar..
Es Jesús quien se va.
¿Quién podrá llenar este vacío, apagar la ansiedad que abrasa el corazón? ¿Quién podrá hacer brotar de nuevo la esperanza y la ilusión?
La respuesta es Jesús. Aquí está de nuevo la paradoja.
Jesús se va, pero se queda. Ahonda el vacío al tiempo que lo llena. Nos poda y nos hace fructificar.
Ya nos lo había dicho: “Os conviene que yo me vaya” y el evangelio de hoy subraya que después de la despedida “los apóstoles se volvieron llenos de alegría”
Cuando un amigo se va se encoge el corazón, pero si ese amigo es Jesús el gozo y la satisfacción lo ensanchan porque lo que pudiera queda lleno de Espíritu Santo.
Son los valores evangélicos que nos hacen plenamente humanos frente a aquellos que nos sumen en la insatisfacción y el descontento. Siempre queremos más, La moda y el avance tecnológico no nos dejan disfrutar de los recién adquirido pues sí inmediatamente surge algo nuevo otra versión que lo deja anticuado.
Con Jesús no pasa esto. Su mensaje es siempre nuevo, su agua es siempre viva Y con él nuestro corazón no envejece. Somos debemos ser, el hombre y La mujer siempre nuevos que gritan ¡eureka! ¡lo hemos encontrado! Hemos encontrado aquel que ennoblece nuestros deseos y anhelos. Sí, también queremos más, pero de aquello que no tiene fecha de caducidad, La paz y el amor no como los que da el mundo. Sino los suyos, os del siempre vivo y lo queremos para compartir, para repartir. Para anunciar la buena noticia La del Jesús que se va, pero se queda entre nosotros rompiendo incertidumbres y desencantos.
Es la tarea que nos ha encomendado. Él se va, pero nos deja en su lugar. Somos continuadores de su paso por la tierra. El pasó haciendo el bien, es el paso que debemos continuar.
Sor Áurea