Un cura, que conocemos, en el transcurso de una homilía o de una catequesis pregunta a sus oyentes:
¿Alguien de ustedes sabe qué es la fe?
De entre la gente se destaca el brazo alzado de un niño aupándose sobre el banco para ser visto… ¡Él lo sabe!
A la invitación del sacerdote, el pequeño atropellada y triunfalmente se abre paso y llega al altar, junto al sacerdote que, ajustándole el micrófono, lo anima:
-Explícanos qué es eso de la Fe.
Respuesta del niño:
-La fe es un hospital muy grande dónde estuvo mi abuelo.
Podemos imaginar la carcajada general, pero si se nos preguntase a cada uno de nosotros ¿Qué responderíamos?
Algunos contestarán: “La fe es creer aquello que no se ve”
Pero la Fe es algo más.
No es sólo la adhesión a una doctrina, a unos dogmas que nos hablan de algo que ni vemos ni entendemos.
La Fe no es tan ciega como la pintan, es también clarividente; no está reñida, como se cree, ni con la razón ni con la ciencia.
La Fe es estar seguro y confiado sabiendo que hay Alguien que nos acoge y sostiene.
Es sentirme profundamente arraigado en Aquel que sostiene mi vivir y del que nada ni nadie me puede arrancar.
Es verme custodiado, protegido, amado.
Es una convicción que no es como se ha dicho, una prisión, sino que me da la agilidad y la soltura de la libertad.
De esa Fe nos habla precisamente este evangelio.
Es la fe de la viuda que persevera en su insistente petición, segura de ser escuchada.
Aunque el texto nos puede llevar a confusión, hay que decir que en este relato la figura del juez no está simbolizando a nuestro Dios. Nos está diciendo: “Si vosotros que sois malos, dais cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a quien se las pida!
La parábola quiere resaltar el valor y la eficacia de la oración cuando se persevera en ella. Es la actitud de esa mujer indefensa y necesitada que, con su perseverante empeño, acaba consiguiendo ser escuchada.
Esa es la Fe que se nos pide.
Una Fe que es confianza y seguridad. Una Fe que no cesa de orar sabiendo que el Padre Dios nos dará siempre aquello que es bueno para nosotros.
Orar, perseverar, confiar, esperar contra toda esperanza, es la Fe a la que se refiere ese lamento con el que termina el Evangelio de hoy:
«Cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esa FE en la tierra?”
Sor Áurea Sanjuán, op