Camina orgulloso pavoneándose es su primer paseo y lo hace en olor de multitudes, es el borriquillo recién salido de las entrañas de su madre, la borrica sobre la que cabalga Jesús, se siente centro de todas las miradas y objeto de todas las aclamaciones, pero los vítores no son para él, su vanidad es ilusoria, nadie se fija en él, nadie advierte su presencia y nadie o muy pocos lo recordarán en el futuro; para la iconografía pasa desapercibido, los predicadores no lo mencionan, solo Jesús había advertido su existencia y lo había escogido:
Jesús mandó dos discípulos diciéndoles:
“Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo contestadle que el señor los necesita y los devolverá pronto”.
Por eso su incipiente trote, sus patitas todavía vacilantes, manifiestan su euforia. ¡ha sido escogido!
Cuántas veces a nosotros nos ocurre lo mismo, nos jactamos de algo que nadie advierte, que nadie le da la importancia de la que presumimos y es que somos un poco como el burrito presumido y con él podríamos recitar el salmo: “Señor, soy como un asno en tu presencia”.
Entre tanto el Maestro que nunca quiso ser aclamado rey, y “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios” desoye los gritos jubilosos con los que le vitorean, pues conoce la falsedad o cuanto menos la superficialidad del corazón humano, pronto a cambiar un “bendito el que viene” por un “¡crucifícale!”
Jesús no se vanagloria de los vítores, sino que se siente como Siervo de Yahvé, acorralado por una jauría de mastines. Los hosannas resultan ser la banda musical sobre la que se va deslizando la película de su ya iniciada pasión, sobre la engalanada burra reza y llora.
Esto ocurrió para que sucediera lo que dijo el profeta:
-Decid a la hija de Sión: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en su asno, en un pollino, hijo de acémila”.
No seamos como el burrito que ignorante de la congoja de su Señor sigue su “marcha triunfal” y del cual ya nadie se acuerda. No seamos como un asno ante Él, sino que nuestra oración sea la respuesta a ese “el Señor lo necesita” .
Sor Áurea Sanjuán Miró OP