EL ENCUENTRO CON JESÚS
Jairo, un hombre principal, jefe de la sinagoga ha oído hablar de Jesús y una chispa de esperanza ha prendido en su corazón herido y abatido porque su niña, lo más suyo, lo más querido, está enferma y se le muere. Y ¿si ése llamado Jesús pudiera curarla?
Una mujer, anónima, humillada, impura y contagiosa de impureza, sigilosa y temerosa se acerca, confía en que con sólo tocar la orilla de su vestido quedará curada.
Para Jesús no hay acepción de personas, cualquiera que se acerque a él encontrará la salud. No importa su condición.
Pero Jesús no es un curandero más. Jesús cura el cuerpo pero lo que busca es sanar el alma, salvar la persona, prender en ella la fe.
No hay que hacer cosas esforzadas, ni pagar sumas de dinero, como los médicos que arruinaron a la pobre mujer. Basta con tener fe.
¡Tener fe! Algo que algunos añoran y desearían alcanzar. Tener fe, algo que despierta la hilaridad y la bufonería de otros y algo que, como debe ser, suscita el respeto pero también la conmiseración de muchos “sabios” que tienen por ignorante al que cree.
Acercarse a Jesús entonces como hoy, tiene dificultades no fáciles de superar. El jefe de la sinagoga podía esperar la extrañeza y quizá el reproche de los suyos. La mujer enferma al ver descubierta y proclamada su impureza legal, al descubrirse su quebrantamiento de la ley debió temer una mayor represión y marginación.
Pero ambos, Jairo y la mujer anónima, habían oído hablar de Jesús y ello despertó la confianza y provocó su decisión de salir al encuentro de tal Maestro. Algo en su interior les aseguraba que de él saldría vida, esa vida que suplicaban.
A Jesús no le intimida la ostentación de la gente importante ni el tumulto y la algarada del gentío, pero le conmueve el sufrimiento, el dolor del ser humano sea cual sea su condición y situación, sea principal como Jairo o sea impuro como la mujer. Ambos tienen algo en común: confían en Jesús y de Él sale el poder y la fuerza de la bondad.
También nosotros oímos hablar de Jesús y esa palabra prendió en nuestro corazón el deseo, la confianza y esa chispa de fe que nos anima.
Hablemos de Jesús para que también otros al escucharnos deseen acercarse a tal Maestro.
Pero sobre todo hablemos con Jesús, presentémosle, como Jairo, lo más nuestro y querido para que lo llene de vida y también como la mujer descubramos ante Él nuestras heridas ocultas, sabiendo que con «sólo tocar el borde de su vestido» quedarán curadas.
Sor Áurea Sanjuán, op